La Estancia de los Ingleses (Año 1715)

Las expediciones al Pico del Teide, Faro del Atlántico y Primer Meridiano para multitud de navegantes, fueron habituales durante centurias. Y, en 1715, tuvo lugar una muy especial.

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- Esto está lleno de pulgas. 

- ¿Pulgas, en serio? ¿A esta altitud?

- Pues las hay. ¡Maldita sea, yo estoy lleno!

- En la zona suele haber cabras, y seguramente algunas se resguardan del sol bajo estas rocas. No me extraña nada.

- Lo que nos faltaba, por si ya íbamos a dormir poco.

El grupo de aventureros extranjeros está conformado por cuatro ingleses y un holandés, que vienen para ascender al Pico. Estamos en el año 1715 y solo han pasado 2 años del Tratado de Utrecht, en el que se puso fin a la Guerra de Sucesión Española. Tanto Inglaterra como Holanda dieron su apoyo al rival del actual rey de España, Felipe V. Pero las relaciones están ahora restablecidas entre las tres potencias, a pesar de Gibraltar. ¡Pelillos a la mar!.

A la presencia de pulgas en "La Estancia" se unen otros inconvenientes que hacen el campamento incómodo. El suelo es duro, y las piedras se clavan en la espalda. Un lado del cuerpo está caliente, merced a la hoguera que han encendido, y amenaza con quemarles las ropas y a ellos mismos. El otro lado, aun en pleno agosto, recibe un aire frío y,cortante que amenaza con congelarles. Sin embargo, ni al guía ni a los sirvientes, tinerfeños que, desde el Puerto de la Orotava, vienen cargando sus bultos, parecen importunarles lo más mínimo estas minucias.

La expedición partió ayer, 13 de agosto, a las 22:30 de la noche.

Desde el litoral portuense, y marchando en continuo ascenso durante toda la jornada, alcanzaron este lugar, espacio habitual de pernocta, a las 9:00 de la mañana de hoy, día 14. Han pasado el día en la zona, unos merodeando por los alrededores, otros cocinando, otros jugando a las cartas. Tras la cena, se dispusieron a dormir, pero, al menos para el señor Edens y sus compañeros, la necesaria tarea está resultando difícil. Entre la ilusión por alcanzar el Pico, las incomodidades descritas, y la certeza de que el guía va a ponerles en pie nada menos que a la 1:00 de la mañana, conciliar el sueño está siendo misión imposible.

Por eso, el señor Edens repasa sus notas a la cálida luz de las llamas: La Orotava, El Dornajito, el Pino de la Merienda, la Caravela, el Portillo...Todos esos lugares, y otros más, ha dejado atrás la comitiva. Cada uno con su curiosidad, cada uno con su historia, cada con su curioso nombre, todos ellos con un significado. Un esbelto pino canario que da sombra suficiente como para llamar al descanso, y a compartir la comida bajo su tronco. Otro cuyas ramas hacen una extraña forma, que lo asemeja a la proa de un barco. Un pequeño canalón de madera, al pie de un caño, llamado aquí dornajo, que recoge las limpias y claras aguas de las cumbres;. Un estrecho paso entre rocas, que semeja un portal de acceso al sobrecogedor mundo de lavas que hoy tienen ante sí.

Y entre todas las cosas vistas a lo largo del día, la visión del Teide entre los árboles, con una enigmática nube posada sobre su cumbre, como si el volcán se hubiese puesto el sombrero para recibirles.

-¡Es la 1! ¡Arriba! En media hora hay que ponerse en marcha. Lo caballos, las provisiones y algunos hombres se quedarán aquí.

Y los hombres se levantan, se preparan y marchan hacia el Pico a pie. En ayunas. Salvo, claro, por un par de tragos de vino.

Y se reservan un poco más para el resto del camino...