Cuando llegabas al taller de Abuela Lala escuchabas a Jana, alma mater de esta firma, poner en común con Fátima qué prenda van a coser o qué diseño se adapta mejor a ese pequeño que cumplirá su primer añito. Hoy si te cuelas entre sus máquinas de coser verás como los vestiditos y bermudas se han cambiado por mascarillas.
Todo surge cuando una farmacia, escasa de un producto tan necesario en este momento como son las mascarillas, les sugiere que sean su proveedor. Sin dudarlo las agujas abandonan la colección que confeccionaban para ponerse a dar puntadas sobre tejidos de todos los colores: estampados, lisos, combinados o sencillos que hacen más divertido el resultado, por dentro popelín de máxima calidad. El patrón inicial tuvo que adaptarse en forma, tamaño y capacidad. Una vez esbozada la plantilla, en tres tallas: bebé, infantil y adulto, el proceso se puso en marcha. Todo estaba calculado: si la cose ella sola necesita diecisiete minutos por pieza, si tiene algún apoyo con nueve es suficiente.
Trabajadores de farmacia con mascarillas de Abuela Lala. IMAGEN: Abuela Lala
Su cocina se convirtió en algo similar a una fábrica. Fátima, trabajadora de Abuela Lala, ejercía el ya conocido teletrabajo. Compañeros del sector le llamaron para ofrecerle su ayuda. Las herramientas de Más que Puntas y La Trajería empezaron a moverse al son del tutorial que Abuela Lala puso a disposición de todos. Llegaban peticiones de supermercados, bancos, hospitales, residencias, ... los profesionales necesitan protegerse en su puesto de trabajo pero también los particulares que salen de manera puntual.
Y es que al final la creatividad y el ingenio se hacen dueños de la lucha contra el COVID-19.