En la vertiente sur de Tenerife se ubica una de las construcciones más inquietantes de la isla. En medio de un páramo del municipio de Arico, aislado de su entorno y con su icónica cruz apoyada en dos pilares rematados por volutas, se ubica el conjunto conocido como Sanatorio de Abades, donde destaca la iglesia y otros edificio accesorias que resaltan sobre el paisaje, casi como un espejismo, para quienes divisan el horizonte hacia la Punta de Abona.
En realidad la lepra nunca se convirtió en una pandemia en Canarias, pero sí es cierto que la enfermedad causó una gran alarma social en Tenerife ya que fue uno de los lugares de España con mayor incidencia. Por este motivo en 1943 el Cabildo de Tenerife, con el respaldo financiero del Régimen, se embarcó en la construcción de este sanatorio en una época en la que, por otra parte, se estaban clausurando la mayoría de los centros de este tipo gracias al avance de la medicina.
Castigo divino
A mediados del siglo XX aun persistía el estigma de la lepra como castigo divino, por sus impactantes repercusiones en la salud y en la apariencia física de los enfermos. En aquella época las condiciones de vida en Canarias, entre ellas la dificultad de acceso al agua potable, la precariedad alimentaria o la falta de personal médico cualificado, configuraban un panorama propicio para la propagación, con cerca de medio centenar de casos diagnosticados en Tenerife en los años 70.
Con todo, la leprosería quedó obsoleta antes de inaugurarse dado que ya existía cura para la enfermedad y la reclusión de los enfermos generaba rechazo en amplios sectores de la sociedad. Así, este espacio concebido como una suerte de casa de acogida, que incluso se ha denominado valle de los leprosos, en realidad nunca recibió a ninguno de los enfermos, que fueron trasladados a otro de los lugares que sirvió como leprosería en el archipiélago: el Hospital de San Lázaro de Gran Canaria.
Poblado fantasma
Lo que hoy conocemos como Sanatorio de Abades fue una construcción con hospital, crematorio, escuelas, edificios administrativos y una iglesia proyectada por el arquitecto José Enrique Regalado Marrero, autor de otras construcciones icónicas como el Mercado de África, la Casa Cuna o el Cine Víctor en Santa Cruz. Finalmente, en 1946, este conjunto de más de una treintena de edificios quedó a medio construir y casi sin uso hasta nuestros días.
Tan solo en los años 70 fue utilizado como espacio militar para la práctica de tiro, pero posteriormente la zona fue desmilitarizada y continuó su proceso de deterioro hasta el punto de que actualmente la entrada está prohibida debido al riesgo de derrumbamiento.
A pesar de todo algunos graffiteros, fotógrafos y curiosos se han saltado esta prohibición y han accedido al interior de los distintos edificios contribuyendo a deteriorar aún más tanto las construcciones como el entorno, cubierto de escombros y basura prácticamente en su totalidad.
Un proyecto hotelero frustrado
Ya en 2002 los terrenos fueron adquiridos por un constructor italiano que planteó levantar en esta zona un gigantesco complejo formado por cuatro hoteles de cinco estrellas, que sumarían un total de 3.000 camas. Pero en 2021 el Gobierno canario rechazó la construcción por la afección a la flora y fauna presente en este enclave de la Punta de Abona.
En su resolución el Ejecutivo alegó la presencia de hasta treinta especies protegidas de vegetación endémica de las costas macaronésicas, en un ecosistema de dunas móviles de litoral con presencia, además, de distintas especies de aves migratorias.