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Cultura

Eladio Monroy y la calle Murga

A Alexis Ravelo, en vida, lo admiré por su obra, por su manera de derribar paredes a patada limpia, a lo bruto, como si lo sacudiera una vieja canción de rock, y trascender mucho más allá de Canarias

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Hagan caso a Alexis Ravelo: ¡lean, carajo! / Siruela

Escribo desde la calle Murga. Desde que la redacción de Atlántico Hoy se instaló aquí, siempre he fantaseado con la posibilidad de cruzarme con Eladio Monroy. Tal vez alguna noche, después de terminar la jornada en el periódico. Quizá comiendo un bocadillo en El Bote o tomando un buen trago en el Timbeque mientras anda rumiando alguna pista para esclarecer una de esas tramas turbias que mueven Las Palmas de Gran Canaria desde los bajos fondos. Llegar a ese punto, en el que un lector como yo imagina que se cruza con el protagonista de varios libros que ha devorado con gusto, debe ser –sospecho– uno de esos pequeños triunfos que dan forma a la carrera de un buen escritor.

Este lunes perro, con frío y con lluvia, muchos lectores nos hemos sentido huérfanos: se nos ha muerto Alexis Ravelo, el autor que dio vida a Eladio Monroy. Se ha ido demasiado pronto y con muchas historias que contar. Les podría hablar de alguna de sus novelas. Incluso les podría recomendar las que más me gustaron. Podría recordar lo que me divertí leyendo Morir despacio por recomendación de Toni Cruz. O podría describir la carcajada que me sacó David Ojeda al explicarme quién era el Sapo. También les podría explicar por qué, cada vez que cae en mis manos un ejemplar de Los milagros prohibidos, me acuerdo de Fernando El Polaco. Podría contarles todo eso, pero seguro que otros, como Santiago Gil, Emilio González Déniz, José Luis Correa, Nora Navarro o Victoriano Suárez, lo escribirán mejor y con más tino.

A Alexis, en vida, lo admiré por su obra, por su manera de derribar paredes a patada limpia, a lo bruto, como si lo sacudiera una vieja canción de rock, y trascender mucho más allá de Canarias. Pero ahora, con la puta muerte por medio, voy a echar de menos a ese tipo grande que siempre que se cruzaba conmigo, siempre cerca de alguna librería de Triana, sonreía. Sonreía con su mirada, sonreía con sus palabras, sonreía junto a Thalía. La última vez que nos vimos hablamos de las novelas de Leonardo Padura sobre Mario Conde y a mí se me olvidó comentarle lo mucho que me recordaban las aventuras del Zurdo Mendieta a las de Eladio. Hace unas semanas nos reímos por guasap con la historia del cuadro de Millares que Jerónimo Saavedra expuso en su despacho, que compró Miguel Ángel Ramírez y que acabó en un juicio por un presunto delito de apropiación indebida por parte de una tercera persona. Esa historia daba para un par de capítulos de una novela suya. Queda pendiente, como esa birra que siempre nos íbamos a tomar y nunca cayó. Tal vez me la pueda tomar con Eladio Monroy por el barrio. A tu salud.