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Imagen de Carlos Gimeno AH

Carlos Gimeno, el canario que desafía el cielo y el mar

De Alcaravaneras a la cima del high diving mundial, el clavadista grancanario lidera el ranking tras conquistar la plata en el Mundial de Singapur. Su historia es una mezcla de obsesión, resiliencia y una conexión íntima entre cuerpo, mente y riesgo

Julio Cruz

El ejercicio resulta sencillo: subir a un noveno piso, asomarse por la ventana y pensar qué se siente ante la posibilidad de saltar al mar desde esa distancia. Incluso imaginar qué podría experimentarse en los aproximadamente 3 segundos que se tarda en tocar el agua, atendiendo también a cómo se entra en ella para no causarse un importante daño físico. Esto es el deporte del high diving, o clavados de gran altura, en una traducción al español algo forzada.

Cuando uno ve a Carlos Gimeno volar en el aire desde una plataforma a 27 metros de altura, lo último que se imagina es una infancia en Alcaravaneras, barrio de Las Palmas de Gran Canaria, entre comercios de toda la vida. Pero es ahí, en la calle Blasco Ibáñez, donde empezó a formarse la energía inagotable de un niño que no paraba de saltar, escalar y girar.

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Intuición materna

Mi madre me metió en gimnasia desde los cinco años porque estaba todo el día haciendo volteretas”, recuerda. Aquella intuición materna fue el primer paso hacia una técnica impecable que hoy lo distingue como uno de los mejores clavadistas del planeta. “Ahí aprendí todo: los mortales, el pino —que es una de mis especialidades—, los flip-flops… Esa base me lo dio todo”, explica.

La gimnasia dio paso a los saltos de trampolín a los diez años, ya como miembro del Club Natación Metropole, donde entrenó hasta los dieciocho. Luego vinieron otros caminos: la carrera de Trabajo Social en Granada, un espectáculo acrobático en Italia, y un día cualquiera de 2013 en el que, viendo por televisión el Campeonato del Mundo de High Diving, se dio cuenta de algo: “Vi que no había ningún español. Y pensé que yo podía estar ahí”.

Un camino propio

Así empezó su carrera profesional como clavadista de altura. Tras rodarse en un show veraniego en un zoo acuático italiano —“me pagaban por hacer saltos, lo que me gustaba… vi que esto podía ser un negocio”—, se trasladó a Madrid para entrenar con Manolo Gandaria, técnico especialista en plataforma de 10 metros.

Con él afinó la técnica para debutar en el clasificatorio de Red Bull Cliff Diving en Cali, Colombia, en 2015. Aunque no pudo terminar por una lesión, fue el inicio de un camino que nadie había recorrido antes en España.

Rompiendo barreras

Desde entonces, Gimeno ha sido pionero en todos los hitos del high diving nacional: primer español en competir en un Mundial, así como en las Red Bull Cliff Diving World Series, primer podio en la Copa del Mundo, primer salto perfecto, primera victoria en una serie del circuito Red Bull… Su trayectoria se ha forjado sin atajos, sin apoyos institucionales y con una mezcla de disciplina extrema y hambre insaciable: “Me he obsesionado. Con ganar, con ser el primero, con seguir aprendiendo. Y cuando te obsesionas, al final lo acabas consiguiendo”.

En Singapur, hace apenas unas semanas, Carlos rozó la gloria con una medalla de plata en el Campeonato del Mundo de High Diving, en un evento exigente como pocos: seis rondas en cuatro días, en condiciones durísimas, con molestias físicas y sin apenas poder dormir antes del salto decisivo.

Rutina estoica

Llegué al último salto con 25 puntos de ventaja. Pero estaba fundido, la espalda me dolía, la garganta fatal… subí a hacer el pino y las manos se me doblaron. Casi me caigo. Ahí perdí la concentración”.

Aunque no pudo sellar el oro, la plata le sirvió para liderar el ranking mundial de 2025, donde igualmente marcha tercero en el circuito de Red Bull y con opciones de atacar el primer puesto. Pero sobre todo ha confirmado su capacidad para estar entre los mejores. Y hacerlo a su manera, desde el rigor invisible de su rutina diaria.

Cuerpo y mente

Yo me levanto antes de que salga el sol, hago meditación guiada, respiración, cardio, leo un poco, tomo una pastillita de cafeína, y entonces ya empiezo mi día. En Singapur esa rutina me funcionó perfecto. Sentía que los saltos me iban a salir bien”, argumenta un Gimeno cuya concentración parece inquebrantable.

Esa conexión entre cuerpo y mente se ha vuelto clave en su rendimiento. En parte, por una experiencia límite que lo marcó en Macao, durante los años que trabajó en The House of Dancing Water, el espectáculo acrobático más prestigioso del mundo: “Tuve un accidente grave. Me cambió todo. Estuve meses casi sin dormir dándole vueltas”.

Vencer el miedo

Pero lo más difícil fue volver a hacer el mismo salto tres meses después, sabiendo que podía pasarme lo mismo”. Esa vuelta al vacío fue su particular rito de paso. “Rompí esa barrera del miedo. Y desde entonces soy otro. Me preparé mejor, más repeticiones, más técnica. No quería volver a pasar por eso”.

La relación con el miedo es ambigua en su deporte. Gimeno no lo evita, lo integra. “Siempre que estoy a punto de saltar pienso: ‘¿Para qué coño me subí aquí?’. Pero es bueno sentir miedo. Te hace estar alerta. No puedes fallar. Si caes mal, te matas. No es como un salto de 3 metros, donde solo pierdes puntuación”.

Preparación y disciplina

Por eso cuida cada detalle de su preparación. Hoy, con 34 años, mide 1,70 y pesa 64 kilos, tras haber perdido seis desde enero gracias a una dieta con muy pocos carbohidratos, basada en proteínas y grasas saludables. Practica el ayuno intermitente, que asegura le proporciona grandes beneficios.

A eso le suma los suplementos, el descanso y el control de la energía en los entornos de competición. “Ya no caliento donde está todo el mundo. Lo hago solo, lejos del estrés, porque se contagia. Quiero estar en mi zona, como si estuviera entrenando”.

Pensando en el futuro

Su cuerpo es una herramienta calibrada al milímetro para un deporte que exige tanto como el high diving. Y aún le queda cuerda. Entre sus objetivos incluye el oro en el próximo Mundial, que se celebrará en Budapest en 2027.

Viviendo entre España y Las Vegas, donde reside su hijo, asegura que conciliar “a veces se hace duro”. Cuestionado sobre si el pequeño seguirá sus pasos, prefiere “disciplinas más convencionales y tranquilas”, aunque sí le gustaría que aprendiera saltos y maniobras atléticas.

Un legado pionero

Como gran pionero que es en España de su deporte, recomienda a los jóvenes que quieran progresar en él que tengan “paciencia, yendo tranquilos paso por paso y fijándose bien en la técnica de cada altura antes de pasar a la siguiente”.

Gimeno no ha contado con apoyo institucional. Ni becas, ni ayudas de la Federación Española. Vive de sus resultados en el circuito, de su patrocinio con Red Bull y de un acuerdo con OnlyFans, donde comparte contenido vinculado a su disciplina.

Más allá del salto

El high diving da para vivir. Si estás entre los cinco primeros, cambia el aspecto económico. Pero si no, cuesta. Esto es muy exigente, y la carrera es corta”, argumenta. Por eso ya empieza a pensar en el después.

Sueña con montar un negocio en Las Vegas, quizá una barbería o un spa, y con construir una piscina con estructura propia para enseñar y organizar eventos de saltos. De hecho, ya planea uno en Gran Canaria para noviembre, aunque aún no puede dar detalles.

Volar para sobrevivir

Mientras tanto, sigue saltando. Y mientras vuela, sigue enseñando a todo un país —y a toda una generación— que existe un deporte llamado high diving, que no es solo vértigo, sino también arte, técnica, disciplina y una profunda relación entre el miedo, el cuerpo y la voluntad.

Este deporte engancha cuando haces un salto y dices: ‘¡Buah, sobreviví!’”. En su trayectoria, Carlos Gimeno no solo ha sobrevivido. Ha abierto camino. Ha liderado. Y ha demostrado que con coraje y una férrea determinación se puede llegar a tocar el cielo, en su caso, para zambullirse en el mar a casi 90 kilómetros por hora.