Débora Casimiro nació en Gran Canaria y creció entre Vecindario y el Castillo del Romeral. Desde joven tuvo claro que quería dedicarse al deporte, aunque el camino no estaba definido. Tras dejar la isla a los 18 años para buscar oportunidades en la península y en el extranjero, fue encontrando su identidad en distintas experiencias: entrenadora en formación, surfista, viajera. Todo ello la llevó, casi por azar, a descubrir una disciplina que cambiaría su vida y en la que hoy es pionera en toda España: el slackline, que consiste en caminar, saltar o realizar acrobacias sobre una cinta tensa y elástica sujeta entre dos puntos fijos.
Porque Casimiro no solo practica slackline. Ella se mueve en la modalidad más extrema: el highline freestyle, caminar y ejecutar acrobacias en una cinta a decenas de metros de altura, con el vacío bajo los pies y un sistema de seguridad redundante que garantiza la vida, pero nunca elimina la tensión psicológica. Una disciplina tan visual y tan exigente que ha captado la atención de gigantes como Red Bull y que, sin embargo, en España sigue sin reconocimiento oficial como deporte.
Una vida en búsqueda
A los 18 años, Débora dejó Gran Canaria. No lo hizo con un plan académico, sino con la intuición de que debía encontrarse a sí misma. Primero Madrid, después Bilbao, luego Senegal. El deporte siempre estuvo presente, desde el surf como primer amor del equilibrio hasta su formación como entrenadora de élite.
Pero ser entrenadora no era suficiente. “Sentía que todavía tenía una pequeña oportunidad de ser atleta en algún sitio. Quería testearme yo, no solo a mis alumnos”, confiesa. El descubrimiento llegó en un instante trivial. Una tarde, haciendo scroll en Instagram tras salir de su trabajo en el bar Mumbai, en Las Palmas de Gran Canaria, se topó con la imagen de una mujer flotando sobre una línea en altura. Fue una revelación. “Esto es lo que yo quiero hacer”, se dijo. Y lo fue.
Lo que en principio parecía una fantasía remota –viajar a Estados Unidos para aprender– acabó materializándose mucho más cerca, en Moya. Allí, la asociación Slackline Canarias montaba sus primeras líneas y el Ayuntamiento cedía espacio en el barranco de la Virgen. La primera experiencia fue dura, en mala forma física y colgando de un leash –que une el arnés a la cinta para que la persona no caiga al vacío– sin fuerzas para remontar. Pero aquel mal momento fue, paradójicamente, la semilla de todo.
Récord y reivindicación
En apenas un año de entrenamiento, Débora Casimiro logró el récord femenino de España de highline (115 metros). Un logro simbólico y mediático que no solo la colocó en el mapa, sino que le dio la motivación para seguir reclamando algo fundamental: el reconocimiento oficial de su disciplina.
“Todavía no está reconocida como deporte en España, ni en casi ningún país. Solo Suiza lo ha hecho, integrándolo en su Comité Olímpico, razón por la que he cambiado mi residencia allí durante muchos meses al año. En Canarias, en cambio, me han llegado a desalojar de un parque por dar una clase”, lamenta.
Ese contraste –la espectacularidad del deporte frente a su falta de regulación– forma parte de la batalla de Casimiro. “Cuando se entienda, como ocurrió con la escalada, que no somos cuatro hippies locos, entonces todo será más fácil: subvenciones, escuelas, seguridad, formación. Y España, y Canarias, tienen un potencial brutal para acogerlo”.
Una pionera entre pioneros
La condición de pionera de Débora es inapelable. En mundiales, es la única española en el cuadro femenino, frente a delegaciones potentes como Alemania o Francia. En Estonia, en el reciente evento de Red Bull Slack Warrior, compartió espacio con los mejores del mundo. Y en Suiza, sede de los mundiales de Laax, fue parte del selecto grupo que define hacia dónde evoluciona la disciplina.
“En competición somos menos de cinco mujeres en España. A nivel profesional, estoy sola. Eso es un privilegio y al mismo tiempo una responsabilidad”, afirma. Su determinación no es solo personal, sino igualmente representativa. Su presencia en los grandes escenarios no solo la avala a ella, sino que abre la puerta a que otras jóvenes imaginen que también es posible.
Seguridad y miedo: la delgada línea del aire
El highline genera una paradoja fascinante. Es uno de los deportes más extremos a nivel visual, pero a la vez uno de los más seguros cuando se monta con protocolos. “Todo está en doble: anclajes, cuerdas, leash. Tiene que fallar mucho a la vez para que ocurra algo. Los accidentes mortales casi siempre son porque alguien se olvidó de atarse”, explica Casimiro.
Y, sin embargo, la gestión del miedo es ineludible. “Estás expuesto al peligro de manera sostenida, voluntaria. No es como saltar de un avión, que es un minuto de adrenalina. Aquí pueden ser horas. Y eso te conecta con el presente de una manera brutal”.
Esa conexión explica buena parte del magnetismo del highline, una práctica que obliga a alinear cuerpo y mente, que te sitúa en un aquí y ahora sin escapatoria, que transforma la relación con la naturaleza y contigo mismo.
Cuerpo y mente de atleta
El camino de Débora no se entiende sin su disciplina. Su preparación combina entrenamiento de fuerza, sesiones específicas sobre la cinta y yoga. La nutrición también ocupa un lugar clave, especialmente tras ser diagnosticada de endometriosis.
“La parte mental es lo que más me ha cambiado. En este deporte te caes 80 veces para dar un paso. Cómo te hablas en cada caída marca la diferencia. El diálogo interno se refleja en tu rendimiento. Visualizar, escribir lo que quiero lograr, programar mi experiencia, esas son mis herramientas”.
Casimiro ha invertido siempre que ha podido en preparadores de primer nivel y reconoce que el “entrenamiento invisible” –descanso, escucha del cuerpo– es tan importante como la fuerza física. Su trayectoria es también una lección sobre cómo el rendimiento es integral, no solo muscular.
Endometriosis: otra batalla, el mismo coraje
Si su papel en el highline ya la convierte en pionera, su activismo en torno a la endometriosis multiplica esa condición. En esta enfermedad crónica, un tejido similar al endometrio —el que recubre el útero— crece fuera de él, afectando a órganos como los ovarios, las trompas de Falopio o el peritoneo. Este tejido responde al ciclo menstrual, provocando inflamación, dolor intenso, adherencias y, en muchos casos, problemas de fertilidad. Afecta al 10% de las mujeres, pero sigue infraestudiada y maltratada por el sistema sanitario. Débora lo ha vivido en primera persona y ha decidido transformarlo en causa.
“Es como ir en desventaja, pero también con más motivos para luchar. No quiero que nada me pare en mis sueños. Y quiero que mi voz tenga eco para que no pase desapercibido lo que está ocurriendo”, afirma.
De esa convicción nace un proyecto empresarial: crear programas deportivos para mujeres con endometriosis, darles herramientas activas –alimentación, ejercicio, hábitos– en lugar de limitarse a tratamientos pasivos como hormonas, operaciones o la recurrente recomendación de embarazo. “Se trata de recuperar la vida”, resume.
Canarias, tierra de oportunidades
Cada regreso a Canarias es para Débora un reencuentro con sus raíces y una oportunidad para enseñar. Ha dado cursos, ha presidido Slackline Canarias y sueña con que las islas se conviertan en un referente internacional.
“Hay mucho potencial. Gente de toda Europa va a entrenar a las Islas por el clima y los paisajes. Es el lugar perfecto para crear escuelas de highline, como pasó con el surf. Sería atractivo turístico y cantera deportiva. Si alguien lo apoyara, todos saldríamos ganando”, expresa llena de convencimiento.
El futuro en el aire
A sus 32 años, Casimiro es consciente de que forma parte de una primera generación que está definiendo los límites del highline. “Somos quienes marcamos hasta dónde puede llegar. No hay edad establecida. Tengo compañeros con 38 años que siguen en la élite. Si llegan patrocinadores, la carrera será más larga para todos”.
Ella ya proyecta retos ambiciosos, como cruzar las torres de Madrid (complejo Cuatro Torres Business Area) en highline, un espectáculo que presentaría a Europa la potencia visual de esta disciplina. Y, más allá de su carrera, se ve formando a las próximas generaciones, quizás incluso guiando a futuros olímpicos si el highline entra en el programa de pruebas de exhibición, como ya ocurrió con el skate o el breakdance.
“Abrir camino no es lo más fácil, pero es lo más satisfactorio”, dice con serenidad. Y lo hace en dos frentes: como mujer que desafía un deporte dominado por hombres y como paciente que visibiliza una enfermedad silenciada.
Su historia es la de alguien que no se conformó con ser entrenadora de otros, sino que decidió ser protagonista de su propio desafío. Que transformó el fracaso de un primer intento en un récord nacional. Que convirtió el dolor en motor de resiliencia.
Débora Casimiro es, hoy, una de las figuras más singulares del deporte canario y español. Una pionera que camina sobre el aire y que, con cada paso, abre un horizonte nuevo para quienes vienen detrás.
