Entre Ocoee y Málaga hay poco más de 7.000 kilómetros de distancia. La primera ciudad está ubicada en el condado de Orange, zona de lagos en Florida (EE UU). Allí nació, la víspera de Nochebuena de 1992, Kendrick Perry, base del Unicaja que en la segunda localidad —la capital de la Costa del Sol— ha encontrado su lugar en el mundo tras desarrollar anteriormente su carrera profesional en 11 equipos de ocho países diferentes.
El domingo, en un punto casi intermedio entre Ocoee y Málaga —en Gran Canaria—, Perry cogió un balón de baloncesto y durante cerca de dos horas dio una lección de cómo se juega a este deporte. Lo hizo, además, en un escenario grande: la final de la Copa del Rey. El base estadounidense funcionó como un metrónomo: no sólo midió el tiempo; también marcó el compás. Corrió a todo tren cuando convenía a su equipo, puso pausa cuando Unicaja lo necesitaba y, sobre todo, llevó al Real Madrid por la calle de la Amargura.
Al término de la final, después de anotar 27 puntos, repartir seis asistencias y llevar la manija para convertir al Unicaja en campeón de Copa —con el juego exterior del equipo costasoleño machacando al Real Madrid como un martillo pilón desde el poste alto—, Perry fue desigando MVP de la final. Fue el premio a un fin de semana sobresaliente para un jornalero del oficio que en Málaga se ha ganado la condición de jugador grande, pero que ha conquistado a la ciudad por mucho más que su pericia con el balón.
'Life Across the Water'
Gran Canaria fue, por unas horas, su particular Life Across the Water (La vida al otro lado del agua), el pódcast que él mismo conduce para contar las experiencias de deportistas que han construido sus vidas lejos de casa. Un puente entre dos orillas. Entre Ocoee, el lugar donde creció, y Málaga, el sitio donde ha echado raíces. Durante años, Kendrick Perry ha sido un trotamundos, un profesional del baloncesto que cambiaba de equipo y país como quien cambia de estación. Pero en Málaga, y en su gente, encontró algo distinto.
Con buenas condiciones para el deporte desde niño, un día tuvo que elegir entre el baloncesto y el sóccer. Optó por la canasta, donde en edad infantil y cadete su nombre empezó a sonar en los circuitos más exquisitos del oficio al formar parte del Team Champions —el nombre ya avisaba— junto a otros dos jóvenes que hoy son figuras en Europa: Shane Larkin, base del Anadolu Efes, y Scottie Wilbekin, base del Fenerbahçe. Poca broma con la carrera de los tres.
La historia de Perry es la de un hombre que aprendió a adaptarse. En cada país donde jugó —ocho en total— recogió algo, una costumbre, un sabor, una manera de entender la vida. No se limitó a jugar y marcharse; le gusta conocer, explorar, integrarse. Y en Málaga, ese instinto le llevó, entre otras cosas, a la cocina.
La cocina, punto de encuentro
Desde pequeño, Perry disfrutaba viendo cocinar a su padre, Aubrey. Aprendió lo básico en casa, en Ocoee, pero fue viajando donde su curiosidad gastronómica se convirtió en una verdadera afición. No solo come donde juegue, quiere entender lo que come, saber de dónde viene cada plato, probar a cocinarlo él mismo.
En Málaga, su interés por la cocina local ha sido tal que, en una ocasión, preguntó en redes sociales qué hacer con un hueso de jamón. La respuesta fue inmediata: los malagueños le dieron recetas, consejos, trucos. Y él, lejos de quedarse en la anécdota, se metió en la cocina y probó. También ha manifestado su intención de aprender a hacer espetos, la icónica manera malagueña de cocinar sardinas al fuego.
Cercano y detallista
Preguntar por Kendrick Perry en Málaga es recibir siempre la misma respuesta: es un tipo humilde, accesible, detallista. En la cancha puede ser un líder con carácter, pero en la calle es de los que se paran sin prisas a charlar con los aficionados, a sacarse fotos, a devolver el cariño que le dan. En una Navidad entró en el vestuario y pidió 200 euros a cada compañero.¿El objetivo? Colaborar para que ningún niño de la ciudad se quedara sin regalos por Reyes Magos.
Su padre lo resumía bien en una entrevista a Málaga Hoy antes de la Copa: “Siempre ha sido así. Si alguien lo reconoce, él se para. No le importa si está apurado o cansado, él sabe que esas pequeñas cosas importan”. Perry no es de los que juegan y se van a casa. Málaga no es solo un destino profesional para él, sino un sitio donde ha encontrado un sentido de pertenencia.
Un malagueño más
Por primera vez en su carrera, Perry ha decidido quedarse en un sitio por más de dos temporadas. Ha renovado su contrato hasta 2027, un compromiso poco habitual en un jugador que ha recorrido medio mundo. Y no es casualidad. Málaga no es solo el equipo que le ha dado estabilidad, sino la ciudad que lo ha acogido, el lugar donde se siente a gusto, donde ya es uno más.
La apuesta por Perry define también la hoja de ruta de Unicaja, que ha logrado dar estabilidad a su proyecto al retener en un plantilla a 10 jugadores que llevan tres temporadas —como mínimo— juntos, algo poco habitual en la Liga ACB —que le pregunten, por cierto, al Granca por esa pauta—.
Después de tanto viaje, después de vivir across the water durante tantos años, Perry ha encontrado en Málaga su orilla definitiva.
