Miguel Ángel Ramírez: insaciable en el parchís, los negocios y la vida

La ambición ha marcado el camino del presidente de la UD Las Palmas desde que salió de las calles de Tamaraceite | Jugador de apuestas fuertes en todos los ámbitos (empresarial, deportivo o judicial), de momento siempre sale victorioso

Guardar

Miguel Ángel Ramírez por Farruqo.
Miguel Ángel Ramírez por Farruqo.

No todo es alta competición en la vida de Miguel Ángel Ramírez Alonso (Gran Canaria; 1969), el hombre que durante los últimos 19 años ha presidido la Unión Deportiva Las Palmas. Hay muchas más cosas por disfrutar que ejercer de anfitrión de Real Madrid o FC Barcelona. Lejos de los focos, cuando el torbellino que marca su agenda le da un respiro, reúne a los suyos, a su círculo familiar —padre, tíos, hermano, primos—, y organiza partidas de parchís. Es un acto íntimo, de regreso a las raíces, a la esencia del barrio, que le sirve para no olvidar el origen de todo. Con los años, en esa especie de liturgia, sólo ha cambiado un detalle, una particularidad que certifica que en este viaje —de momento— las cosas progresan adecuadamente (si a él le va bien, él es generoso con su guardia pretoriana): las manos que se juegan son extraordinarias, con sumas de dinero importantes, para aumentar la emoción, los piques y, se entiende, la diversión.

Ramírez asegura que no hay en el mundo nadie mejor que él en el arte del parchís. Puede que sea imbatible en la mesa de juego. O puede, tal vez, que sea la típica fanfarronada del que se come una y cuenta 20. Quién sabe. Lo que sí es cierto es que es un jugador insaciable que, de momento, cuenta por victorias casi todos los partidos disputados: en la actividad empresarial, en la carrera por hacerse con la propiedad de la UD Las Palmas, en cada uno de los pulsos judiciales que le han planteado fiscales y magistrados de instrucción y en la vida. Los derechos para contar su historia, desde sus primeros cambalaches en las calles de Tamaraceite hasta la expansión de sus negocios a Estados Unidos, sería el regalo ideal para cualquier guionista de Netflix. Es más, si hubiera nacido en alguna barriada de Flint (Michigan) o en Compton (Los Ángeles), Hollywood ya habría reparado en su trayectoria para convertirla en una película.

Berlusconi

Los que tuvieron la oportunidad de tratar a Silvio Berlusconi en las distancias cortas cuentan que era un tipo simpatiquísimo, con un sexto sentido para conectar con las personas que tenía cerca. Era justo ese el detalle que lo hacía peligroso. El periodista Enric González, tras la muerte de Il Cavaliere, recordó un almuerzo que mantuvo cuando él ejercía como corresponsal de El País en Roma y el magnate como primer ministro de Italia. El empresario metido a político —durante la velada— cantó, tocó el piano, contó chistes, le mostró los rincones más peculiares de su residencia y cuando se fue, reclamado por su secretario, le pidió al redactor que no fuera “malvado” con sus crónicas mientras se despedía al tiempo que suspiraba que “sólo era un esclavo” debido a sus obligaciones como dignatario. 

Miguel Ángel Ramírez abraza a Jonathan Viera. / UD LAS PALMAS
Miguel Ángel Ramírez abraza a Jonathan Viera. / UD LAS PALMAS

Ese día, Enric González se fue del Palazzo Grazioli convencido de que el Grande Vecchio —una figura todopoderosa y desconocida que, según los propios italianos, supuestamente maneja en secreto la realidad que hay detrás de los hechos aparentes— se le había aparecido disfrazado de bufón. No es descabellada la idea del periodista. Después de todo, Berlusconi siempre había estado ahí y poca gente había reparado en él antes de que alcanzara el poder. En 1968 construyó una pequeña ciudad de lujo, Milano2, con los créditos concedidos por Banca Rasini —especializada en blanquear fondos de la mafia— y la ayuda de unos inversores suizos cuyo nombre jamás se conoció. En 1978 logró que el Estado convirtiera Canale5 en el primer canal privado del país —porque como sabían en la logia masónica secreta P2, a la que el Il Cavaliere pertenecía, “el auténtico poder es de quien domina los medios de comunicación de masas”—. Y en 1991, tras una década como corruptor del sistema para evitar que el comunismo llegara al poder, dejó caer el pentapartito que gobernaba el país —formado por Democracia Cristiana, Partido Socialista, Partido Socialista Democrático y Partido Republicano— después de crear un imperio de medios de comunicación que luego le sirvieron para convertirse en primer ministro italiano.

Pabellón de Tamaraceite

Con Ramírez, salvando las distancias, paso algo similar. En las distancias cortas es imbatible. Segundos después de entrar en una habitación, el resto de personas presentes en la estancia gravitan todos a su alrededor. Sin excepción. Es un líder, ejerce como tal y, además, lo disfruta. Como anfitrión —en su finca de La Milagrosa o en un apartamento en Las Canteras— es intachable, capaz de mostrar al invitado sus progresos al tocar la batería, su habilidad para aterrizar en el aeropuerto de Bilbao al mando de un simulador de vuelo o sus colecciones de relojes y zapatos. Siempre se muestra cercano, capaz de recordar el último problema que preocupaba a su interlocutor en el anterior encuentro. Tiene un don para manejar los tiempos al relatar alguna anécdota que destripe un secreto de la UD Las Palmas —como el día que, después de una derrota como local en tiempos de Sergio Lobera como entrenador y poco después de ver en el cine Money Ball, imitó al personaje que interpretaba Brad Pitt en la película y reventó un mueble y el aparato de música que había en el vestuario local al considerar que el fracaso por el partido perdido no había tocado el honor de sus jugadores—. Como Berlusconi, maneja mucha información —ya saben, lo que da auténtico poder—. Es raro que algo que se esté cociendo en Canarias esté fuera de su radar.

Miguel Ángel Ramírez. / EFE
Miguel Ángel Ramírez. / EFE

La leyenda cuenta que en el archivo fotográfico de un importante grupo de comunicación de las Islas había una foto en la que aparecía un joven Ramírez, portando un palo enorme, con pose de guardián de finca con ganas de retar a cualquier intruso, a las afueras del Pabellón de Tamareceite durante un día de partido del Claret Las Palmas —nombre del Club Baloncesto Gran Canaria en su primer año en la ACB—. Aquellos eran sus dominios, en tiempos en los que para muchos —rivales y conocidos— sólo era el Miguel el pataburro, un tipo capaz de marcar durante la semana —junto a sus amigos— un centenar de plazas de aparcamiento alrededor de aquella cancha y el domingo —vestidos con unos uniformes azules, de los antiguos que lucían los carteros de Correos— cobrar la vigilancia de los vehículos a los aficionados del equipo claretiano que pasaban por allí. De aquellos días aún perduran dos cosas: su amistad con Berdi Pérez y su sueño de presidir algún día el Granca —llegó a ejercer de mopa sobre el parqué de Tamareceite—. Sin embargo, de la foto —si existió— ya nadie sabe nada.

Tadeo

Aquella ambición que cada día de partido del Claret le hacía ganar unas pesetas vigilando coches fue la que le empujó a montar primero una compañía de transportes urgentes entre Canarias, Madrid y Barcelona. Luego probó con una cadena de charcuterías y una tienda de animales. Todo cambió cuando en su camino se cruzó Ángel Luis Tadeo, propietario del Grupo Dunas y uno de los accionistas mayoritarios de la UD Las Palmas. Ramírez se convirtió en su sombra, en su guardaespaldas, en un hijo más. De él aprendió, por ejemplo, que si había dinero en caja, primero se pagaba a empleados y proveedores sin importar que la deuda con Hacienda aumentara —ya habría tiempo de negociar una quita posterior con las administraciones públicas—. En 1990, junto a otro socio, fundó Seguridad Integral Canaria. Años después, tras el fallecimiento de su compañero en aquella aventura empresarial y tras un pleito con la viuda, entendió la importancia de contar con buenos abogados: se hizo con el control total de una compañía que, con sede en las Islas, llegó a tener 7.000 empleados y se convirtió en la quinta más importante del país dentro de su sector. 

El presidente de la UD Las Palmas, Miguel Ángel Ramírez, firma un documento durante la junta de accionistas del club. / EFE-QUIQUE CURBELO
El presidente de la UD Las Palmas, Miguel Ángel Ramírez, firma un documento durante la junta de accionistas del club. / EFE-QUIQUE CURBELO

Fue la deuda que mantenía la UD Las Palmas con Seguridad Integral Canaria lo que le permitió colarse en la presidencia del club. En noviembre de 2004, admitido el proceso concursal para intentar reconducir la gestión de un equipo que penaba por Segunda B lastrado por una deuda de 72 millones de euros, el juez Cobo Plana lo eligió entre los acreedores de la Sociedad Anónima para liderar la salvación de la Unión Deportiva —y evitar un juicio que habría sentado en el banquillo de los acusados a unos cuantos peces gordos del sector empresarial de la Isla—. El 8 de julio de 2005 fue nombrado presidente del club. Ese día prometió socializar el accionariado de la UD y convocar elecciones en menos de un año. Hoy, casi 20 años después, no se sabe nada de esos dos compromisos públicos: nadie ha visto unas urnas cerca de la entidad amarilla y el protagonista de esta historia ejerce un control total de la Unión Deportiva de Las Palmas.

Cárcel, indulto...

Desde entonces, Ramírez ha sido el perejil de todas las salsas y de todos los entuertos ha logrado salir impecable como Leonardo Di Caprio en la escena en el aeropuerto de Atrápame si puedes —bien vestido y bien acompañado—. Fue condenado a una pena de cárcel por un delito urbanístico —al construir una pajarera sin licencia—; recibió el indulto del Gobierno presidido por Mariano Rajoy; luego obtuvo el permiso para ejecutar la obra por la que primero fue condenado; en 2016 la fiscal Evangelina Ríos pidió para él 21 años de cárcel y 105 millones de euros de multa por un presunto fraude fiscal a Hacienda y la Seguridad Social —caso por el que fue absuelto el pasado lunes al considerar la mayoría de la Sala de la Audiencia Provincial que la instrucción había sido contaminada por el juez Salvador Alba, quien acabó en la cárcel después de que el propio Ramírez grabara una conversación en la que el magistrado pedía al presidente de la UD ayuda para conspirar contra Vicky Rosell (entonces candidata al Congreso por Podemos y exjueza en Las Palmas)—; y ahora ha vuelto a ser imputado —de nuevo por Evangelina Ríos— por otros dos presuntos fraudes fiscales —uno vinculado a la venta de material sanitario durante la pandemia provocada por el COVID19 a través de la empresa Tabaiba Capital (firma que durante un tiempo compartió dirección con la compañía Disproserca SL, en la que figura como administrador único Rubén Fontes, delegado del primer equipo de la UD Las Palmas, y que hace unos meses ganó un concurso del SCS para la venta de mobiliario sanitario a tres hospitales públicos del Archipiélago por valor de seis millones de euros)—.

Durante los últimos 20 años, cualquier persona con cierta influencia en Canarias —empresarial, mediática o política— se ha cruzado en el camino de Miguel Ángel Ramírez Alonso. Todos, en algún momento, han bajado la guardia ante una figura con capacidad, a partes iguales, para conectar con las emociones colectivas, manejar mucha información y arrastrar con la masa social que mueve la UD Las Palmas. No hace falta recordar a qué historia se parece y qué ocurrió después. Él, el jugador insaciable, el que siempre gana, de momento, sólo aspira a una cosa que no tiene: al reconocimiento de la sociedad grancanaria.