En Canarias donde el verde no es solo un color, sino una forma de vida, se extiende un municipio que combina paisajes protegidos, playas salvajes, charcos espectaculares y una historia que se remonta a los tiempos de los bimbaches. Quienes lo visitan descubren que aquí la naturaleza no solo se contempla, también se respira y se respeta.
Senderos cubiertos de niebla, bosques de laurisilva, calderas volcánicas y árboles sagrados conviven con un litoral de aguas limpias donde el azul marino lo impregna todo. Y aunque su nombre pueda parecer simbólico, este lugar hace honor a lo que promete.
Valverde, verde de verdad
Ubicado en el noreste de El Hierro, Valverde no es solo la capital insular y puerta de entrada por aire y mar: es también el municipio más verde de Canarias, tanto por su vegetación como por su compromiso sostenible. Su propio nombre nació de la impresión que dejaron sus valles en los primeros colonos. Hoy, esa misma imagen de colinas frondosas y caminos tradicionales sigue viva a través de rutas señalizadas que invitan a perderse entre la niebla y el musgo.
Como define su propio portal turístico, Valverde es “un paseo por una naturaleza sorprendente, por playas y charcos espectaculares, por un vasto pasado y, sobre todo, por un futuro tan brillante como sostenible”.
Una de las más populares es la Ruta de La Llanía, un recorrido circular que permite atravesar distintos ecosistemas insulares en apenas unas horas: fayal-brezal, bosque húmedo y volcanes dormidos.
El árbol que da agua
Entre las joyas naturales de Valverde destaca el Paisaje Protegido de Ventejís, hogar del Árbol Garoé, considerado sagrado por los antiguos pobladores por su capacidad para recoger agua de la lluvia horizontal. Fue clave para su supervivencia y evolución cultural.
Muy cerca se encuentra La Albarrada, uno de los primeros asentamientos humanos de la isla, que hoy sigue siendo visitable entre muros de piedra y vegetación.
Litoral azul
Por supuesto, Valverde también se abre al océano. Playas vírgenes, charcos escondidos, zonas de baño con barbacoas y una singular Biblioplaya —que permite dejar y recoger libros en distintas playas— lo convierten en un lugar que, más que visitarse, se vive.
