Aida González Rossi

Opinión

Carta abierta al pokémon Snorlax

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

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Estimado pokémon Snorlax,

Espero no ser la primera persona que te escribe. También espero, por supuesto, no ser la última. Acabo de meterme en tu entrada de la Pokédex, movida, a lo mejor, por la semilla de la sensación de arrepentimiento que me lleva a teclear esto solo parando para morderme los cueros de las uñas de los nervios que me entran al dirigirme a ti. Perdona por los nervios. Y por tantos años de callarme y no decirte todas estas cosas que tanto te mereces que te digan, que tanto te mereces que se digan en público, que tanto te mereces que les demás lean también mordiéndose los cueros de las uñas porque. Lo sentimos, Snorlax.

Acabo de meterme, como te decía, en tu entrada de la Pokédex, y en ella se te define así: “No se se encuentra satisfecho hasta haber ingerido 400 kg de comida cada día. Cuando acaba de comer, se queda dormido”. Tu habilidad: “Sebo”. Tu habilidad oculta: “Gula”. Estimado Snorlax, estimado pokémon que una se encuentra ahí botado en varios lugares del suelo de la región de Kanto echándose el sueño de su vida y solo despertándose con la música de una flauta especial, único sonido en el mundo capaz de sacarlo del sopor de después de la jartada máxima, único instrumento en el mundo capaz de abrir ese camino porque, si él está ahí y no se quita, la gente no puede pasar. Porque él es gordo. Estimado Snorlax. Estimado pokémon gordo cuya única función es la de ser gordo. Hola.

Hola después de tanto tiempo sin dirigirme a ti, quitando la mirada cada vez que aparecías y sintiendo tu nombre (casi siempre arrojado hacia mí o hacia alguna otra niña gorda como un insulto: la Snorlax esa) como se siente un ruido de piqui piqui de un tenedor sobre un plato blanco nuevo. Hola tras haber renegado tantas veces de tus chichas, tras haber temido las mías reflejadas ahí en la pantalla y tras haber pensado que era tu culpa. Tu culpa, Snorlax. Por tu habilidad: “Gula”.

Siempre fuiste el símbolo de mi vergüenza, y temí muchas veces que por ti la gente pensara que yo también iba a quedarme dormida en cualquier momento en cualquier camino sin dejarles pasar por mi tamaño. Temí que tu gandulería fuera una prescripción de mi gandulería. Y evité jugar contigo para que así no tuviéramos que cruzarnos nunca y yo no tuviera que asimilar que hay cosas que se piensan de las personas gordas. Cosas todas en ti encarnadas, estimado pokémon que sirve de muralla y recibe los golpes sin dolerse ya que supuestamente le afectan menos por su habilidad: “Sebo”.

Como tú, otres. Pienso en Franco Andrade, el adolescente gordo de ‘Páradais’ de Fernanda Melchor. Atravesado siempre por el descontrol y la impulsividad, cochino, jediondo, egoísta, lo cual no sería un problema si no fuera porque precisamente son estos los estereotipos que rigen la construcción, parece ser, de cualquier personaje gordo. La gordura, las cosas que se piensan de las personas gordas, mandando ya sobre todo lo que se es. Pienso en Amy La Gorda de ‘Pitch Perfect’, pienso en los personajes que estaban gordos y adelgazaron (Mónica de ‘Friends’, por ejemplo) y se muestran reformados, sus verdaderas personalidades apareciendo como cuando les quitas toda la mierda a las rejas de las brasas del merendero y ya sí son lo que tenían que ser sin impedimentos.

Te pido perdón, Snorlax, pero también te ruego que me entiendas. Te ignoré porque te usaron como arma contra mí. Porque quien te diseñó seguramente no sabía lo que les estaba haciendo a tantes niñes: encajarles en un mundo en el que las únicas representaciones de sus corporalidades se hacen para ridiculizar. Las “amigas gordas” no podíamos permitirnos identificarnos contigo, tampoco las “gandulitas”, las “infollables”, las “desesperadas”, las “pobrecitas mías, coño, desbaratándose ya así”. Ya nos botaban demasiadas piedras, y ya bastantes esfuerzos teníamos que hacer para desligarnos del destello cegador de la palabra “gorda”. Bastantes para demostrarnos ágiles. Moderadas. Inteligentes. Todo.

Sin embargo. Hola. Estimado pokémon Snorlax. Pasada esta fase, ¿no seré yo capaz de reformular esto? De decirte muchacho, Snorlax, bótate donde te dé la real gana. Déjate dormir en todos los caminos que trinques e impídeles el paso y que se las apañen para caminar por un ladito y no perturbarte. Mándate las jartadas que quieras. Ni tú ni yo tenemos la culpa de que la gordofobia lleve a construir un círculo completo de adjetivos cuando se piensa en personas gordas. ¿Por qué plegarnos, entonces, a ello? ¿No será que echarnos encima el estigma de la pereza no viene solo de temer nuestra autodeterminación sino también de temer nuestro placer? Por eso si tú duermes, Snorlax, es vagancia, es gordura; si lo hace Jirachi, es una cosa mística, mágica, elegante, una fuente de poder y salud.

Estimado pokémon Snorlax, gracias, tú lo sabías todo. Yo tenía que aprenderlo. Contra todo, aprenderlo. No dejaré que vuelvan a decirme, desde fuera, cómo soy. Y en el proceso de cargarme el círculo todo como si fuera un palo de polo a lo mejor me encuentro echada en un sendero haciéndoles ir a buscar una flauta para ver si me da por levantarme, o igual me encuentro haciendo cualquier otra cosa sin temer hacerla, y entonces seré lo que más les perturba: una gorda orgullosa de sí misma. Y que se fastidien. Eres un crack, Snorlax.