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Opinión

El despacho de Conrado Domínguez

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Conrado Domínguez es un malo recurrente. Es como uno de esos villanos de la Marvel que, con cierta frecuencia, le rompe la moral a Spider-Man, Black Panther, Hulk, el Capitán América o el que toque. Así lo ven unos cuantos, sobre todo en parte de la izquierda política. Señalado hace unos meses por el caso Mascarillas, en noviembre dimitió como director del Servicio Canario de la Salud (SCS) después de ser imputado por los presuntos delitos de tráfico de influencias y prevaricación administrativa –y antes de que el Gobierno de Canarias lo destituyera–. Desde entonces, ha optado por mantener un perfil bajo para centrarse en su defensa. Y lejos de los focos andaba hasta que alguien, durante las úlltimas semanas, va por ahí asegurando haberlo visto fuera de las sombras: justo en su antiguo despacho –o alrededores– influyendo en las grandes decisiones de la Consejería de Sanidad que dirige Blas Trujillo.

Que Conrado Domínguez se deje ver por el cuartel general del SCS no debe extrañar a nadie: tiene su plaza como funcionario en esa administración pública. Otra cosa, como afirman esos testigos que lo señalan como si se hubieran cruzado con un esbirro del mismísimo diablo, es que no esté en el sitio que le corresponde –su lugar, apuntan, está en el edificio que tiene Sanidad en la calle Pérez del Toro y él desarrolla su trabajo en otro ubicado en Juan XXIII–. Pero más allá de su geolocalización laboral, esos testigos también lo responsabilizan de la toma de varias de las últimas decisiones que ha ejecutado el Ejecutivo regional en materia sanitaria.

La idea, por la incapacidad manifiesta de este PSOE para meter en vereda la gestión de la Sanidad, tampoco es descabellada. Ya recurrieron a Conrado Domínguez, que ocupó la dirección del SCS con Coalición Canaria (CC) entre 2017 y 2019, cuando la pandemia paró el mundo.

El director del Servicio Canario de la Salud, Conrado Domínguez (i) y el consejero de Sanidad del Gobierno de Canarias, Blas Trujillo. / Ramón de la Rocha (EFE)

Sin embargo, nadie ha sido capaz de demostrar que su mano está detrás de algunos movimientos recientes en la administración. Sea eso o no verdad, sea cierto o no que se le esté habilitando un nuevo despacho –siempre cerca de Blas Trujillo– después de que estos rumores hayan traspasado los muros del SCS, lo que sí es verídico es que el estado de la sanidad pública canaria empieza a dar síntomas de colapso. Y eso sí es grave.

Pero perderse tras los pasos de Conrado Domínguez, ejercer de culichiches sobre las supuestas relaciones personales de una subdirectora de enfermería del Insular o cuestionar decisiones de una gerencia porque no cae bien en un centro son asuntos menores si lo comparamos con las listas de espera para entrar en un quirófano, la fatiga que empiezan a mostrar los médicos de atención primaria por su situación laboral, los pasillos de las Urgencias repletos de pacientes o el estado de ruina de algunas zonas del Materno Infantil. Todo eso, además, con más capacidad presupuestaria que nunca en el SCS. Vayamos a lo serio, por favor.