Aida González Rossi

Opinión

Hablar sí te protegerá

Escritora y periodista especializada en Estudios de Género

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Audre Lorde dice: “tu silencio no te protegerá”. Yo pienso mucho en esto. En lo complicado y peligroso que es entender las cosas dentro del silencio. Del silencio como habitación cerrada con sus dinámicas propias, incomparables, normalizadas a fuerza de estar sucediendo: como cuando te pegas muchos días dentro de casa y de repente sales y engurruñas los ojos todos por el sol y te ves los brazos más blancos que un gufo y te das cuenta de que habías creado para ti sola un microcosmos en el que todo lo que hacías parecía bueno. Simplemente porque era lo único. Lo único que existía. Como cuando te acostumbras a un olor y ya ni se te ocurre decir fos. Fos, quítenme esto. Olvidas que pedir que te quiten algo es una posibilidad, te dejas estar porque qué mío este cuarto, ¿eh? Y si es mío, ¿cómo no va a ser para mí? ¿Escogido por mí? ¿Salido de mí? Quedarse en casa, permanecer en silencio, parecen no-elecciones: yo solo aquí quietita sin molestar a nadie y sin estar haciendo nada. Lo costoso, lo arriesgado, es jalar por la puerta. Chacho, ni más sol. Encasquetarse las gafas, caminar por una calle ardiente, tropezarte un fisco y tener que agarrarte de una señal de tráfico porque si no te matas, encontrarte con alguien y soltarle: hola. Me pasa esto y esto y esto y esto y siento esto y esto.

Es curiosa la frase de Audre Lorde. “Tu silencio no te protegerá”. No “tu silencio te pondrá en peligro”. No “tu silencio te dolerá y ni sabrás que te duele”. En vez de eso, tu silencio romperá el pacto que crees que haces con él cada día, no se volverá un espacio apacible ni te ayudará a combatir nada, no abrirá un boquete para que entren luces que necesitas pero que están fuera y por ello te hacen arrugar los ojos así. Tu silencio no será amigo tuyo. Por mucho que una no-elección parezca salvarnos de los riesgos de una elección.

Es curiosa la frase: no te advierte del daño que puede hacerte tu silencio. Sino de que no va a tener la decencia de hacerte estar mejor.
Pienso mucho, decía, en esta frase, y pienso mucho en su reverso: entonces, hablar sí que nos va a proteger. ¿De qué? Pues de ese comprender falsamente que todo lo que suceda en nuestro espacio cerrado, o fuera pero llegando a él, está bien. De construirnos el mundo solo con las herramientas que nos vienen dadas, nunca con herramientas nuevas. De darnos explicaciones limitadas. Porque una habitación cerrada no se ventila, pero si abrimos una puerta hacia otra habitación (si nos sentamos con alguien y chucu chucu y hola, me pasa esto y esto y esto) los aires se mezclan. Ya no huelen igual.

Y vemos las montañas de basura que habíamos acumulado y que ya nos parecían parte del mueble. Y seguramente podremos decidir, pues ya tendremos otras dinámicas con las que comparar y ya sabremos que no estamos solas en el edificio ni en nosotras mismas, abrir otras puertas. Elegir la puerta abierta. Y eso sí nos protegerá: no es que el silencio por sí solo vaya a hacernos daño, es que el silencio no nos permite, muchas veces, entender el daño. Una se acostumbra. Hablar (como, o eso me parece a mí, escribir) significa mirar lo propio desde lo ajeno, examinar lo que no conocemos a través de lo que no habríamos podido conocer solas.

También pienso mucho en las conversaciones importantes que he tenido en la vida. En cuáles son, en cómo podría hacer para contarlas. Es imposible, sobre todo porque nunca sabemos que algo nos está cambiando la dirección, que algo se nos va a quedar metido dentro y va a generar un boquete para que la luz haga puntos sobre el sillón. Yo he decidido que hablar es mi no-elección. Que yo, por mucho que el silencio me tienda la trampa, soy la yo que habla, la yo con ventilación, la yo que escucha y ventila a las otras, la yo que se sabe parcial y jamás se atrevería a mirarse a sí misma solo desde su lente. Qué injusto callarse. He decidido que quiero una lente construida a través de la interdependencia, es decir, de no temer asumir que necesito responsablemente a quienes tampoco deben temer asumir que me necesitan responsablemente. Eso sí nos protegerá.
El silencio no, porque el silencio es una ficción: siempre hay ruidos, goteos, toses. Qué injusto no percibirlos. Quiero escuchar, quiero leer, quiero hablar y quiero escribir. Esa es mi forma de proteger y cuidar a quienes quiero. Y a mí misma.