José María Cabrera

Opinión

Hornos de alfarería

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Lámina 40, lápiz sobre papel | Los hornos fueron una parte muy importante del paisaje urbano y rural de Canarias hasta hace escasas décadas.

A lo largo de nuestro territorio, a pesar de los profundos cambios económicos y sociales que hemos experimentado, aún se conservan una serie de vestigios de nuestras tradiciones de vida, de trabajo y maneras de aprovechar los recursos naturales.

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Entre ellos se encuentra la industria alfarera, de la que podemos encontrar restos en cualquier rincón donde se hubiesen asentado nuestros antepasados, lo que demuestra que se trató de algo muy demandado por la población.

Esta actividad tan ancestral y carismática se ha seguido realizando prácticamente sin ninguna transformación a pesar de nuestros cambios socioculturales, y el buen hacer y los conocimientos han ido transmitiéndose de generación en generación para elaborar verdaderas obras de arte a partir de los elementos del entorno y mediante herramientas rudimentarias.

Es una labor que ya realizaban los antiguos pobladores prehispánicos, y aunque después de la llegada de los castellanos, se intentó imponer la fabricación de piezas mediante el uso de un torno, fueron las particularidades de unas piezas hechas mediante la técnica del “hurdido” y la plasticidad de nuestras arcillas las que acabaron manteniendo una tradición que si bien se ha tenido que adaptar físicamente a las necesidades de la población, conserva toda su esencia original.

A partir de mediados del S.XX sufrió una merma considerable tras la aparición de nuevos materiales, hasta convertirse en algo casi residual, y hoy es más un oficio dedicado al turismo y la conservación de tradiciones etnográficas que a la satisfacción de las necesidades de la población.

Por ello, los hornos fueron una parte muy importante del paisaje urbano y rural de Canarias hasta hace escasas décadas.

Hornos de cal, de teja y de ladrillo a menudo eran confeccionados para elaborar los materiales con los que se iba construyendo una vivienda, abandonándose después de terminada. A menudo eran de forma piramidal, en los que se introducía leña, paja o aulagas. El fuego no entraba nunca en contacto con las piezas a cocer, pues estas se depositaban sobre una plataforma superior, construida a base de piedra y barro. En otras ocasiones eran agujeros hechos en el suelo, en los que se depositaba madera y sobre ella los elementos a cocer, siendo tapados luego con tablones hasta que se enfriasen las piezas.

Los caleros, tejeros y ladrilleros fueron profesionales de gran importancia y muy demandados en todas las islas, mientras que eran las mujeres, normalmente solteras, viudas o necesitadas, quienes se dedicaban a la alfarería.

En Teguise era costumbre que las jóvenes colocasen varias masas de pan para cocer, y en ellas pinchasen un palito por cada pretendiente que tuviesen. El primer palito que estallase por el calor, indicaría el pretendiente elegido.

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