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Opinión

La patria de Herta Müller

En una larga conversación con Angelina Klammer, Müller relata su vida con tremenda valentía y lucidez

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Cuanto más leo, más menuda por momentos se hace mi existencia. Sea tal vez la mía una visión innecesariamente hiperbólica o necesariamente pedagógica, pero es lo que puede llegar a pasar cuando te dejas amar por lecturas intensas y esclarecedoras y que poseen la virtud de generar en el lector una emoción tan pura como un latido. “Mi patria era una semilla de manzana” de la escritora y premio nobel Herta Müller, es uno de esos libros que quedan clavados dentro, que te atraviesan sin hacerte sangre, que muerden mientras acarician. 

En una larga conversación con Angelina Klammer, Müller relata su vida con tremenda valentía y lucidez, y la narra bajo el signo de una admirable altura que tiene que ver mucho con la aceptación de los recuerdos y con el amor a sí misma. 

En esta magistral obra encontramos: una gris infancia sin juego y sin ternura en un remoto pueblo de Rumanía, su deplorable situación de marginación, silencio y agresión pasiva que sufre en su primer empleo como traductora en una fábrica, por negarse a ser una espía de La Securitate (policía secreta de la dictadura de Ceaușescu) su huida a la Alemania occidental, su vinculación a la escritura que fue su indudable sustento, el pan de los días de oscuridad interminable. Escribir para no volverse loca.

El gran asunto de “Mi patria era una semilla de manzana”, puede que sea la colosal batalla que Herta Müller libra para arraigarse a su identidad, que se fragmenta pero que resiste con una dignidad que causa asombro. El gran asunto de “Mi patria era una semilla de manzana”, puede que sea la destrucción lenta pero efectiva del sentimiento simple y natural de amor a la vida, porque en la Rumanía del alienante socialismo convertido en un sistema de uniformidades sin ideologías liberadoras, el ser humano era empujado hacia la muerte en vida; la espantosa censura de cualquier mínimo atisbo de alegría, la arquitectura de sus ciudades, la clásica “vestimenta socialista”, el lenguaje. Todo era una invitación a la muerte. Herta Müller resistió y yo aplaudo hasta que se me quemen las palmas de las manos. Por eso cuanto más leo, más menuda por momentos se hace mi existencia. Sea tal vez la mía una visión innecesariamente hiperbólica o necesariamente pedagógica.