Tom Wolfe atribuyó a Gay Talese la creación de un nuevo tipo de periodismo que tomaba prestadas las herramientas de los escritores de ficción para contar historias verdaderas. Wolfe lo anotó en su libro El nuevo periodismo, publicado en 1973, tras leer en Esquire un reportaje firmado por Talese sobre el púgil Joe Louis. Durante años, antes y después de convertirse en una leyenda del oficio por escribir crónicas monumentales sobre la Mafia como Honrarás a tu padre o destripar cómo se redacta una necrológica —todo un arte— a través de un retrato de Alden Whitman, Talese siempre sintió cierta predilección por los relatos de boxeo y, para ser concretos, mantuvo una especial fijación por la figura de Floyd Patterson, campeón mundial de los pesos pesados sobre el que escribió 37 artículos.
En esos textos, Talese se centró en la dimensión humana de Patterson más allá del ring para construir un retrato íntimo, casi literario, que lo mostraba como un héroe trágico del deporte, más preocupado por la humillación que por la gloria. Le compañó cuando portaba el cinturón de campeón y, más tarde, cuando perdió el título ante Sonny Liston. Ahí retrató a un campeón tímido, introspectivo y acomplejado que desentonaba con la imagen habitual de los boxeadores de su época. Las piezas describieron a un tipo de carácter reservado e insuguro —muy lejos de la agresividad del boxeo—; detallaronn la paradoja de su imagen pública: un hombre respetuoso y humilde que, en privado, confesaba sentirse como “un impostor” pese a sus logros; y descubrieron su relación con la derrota, especialmente tras perder por nocaut con Liston, cuando Patterson se ocultó durante días, evitando a la prensa y al público.
Todo eso lo retrató Talese muy bien en El perdedor, un artículo publicado en Esquire en 1973. A lo largo del texto describió cómo el púgil se preparó para la revancha contra Liston "al pie de una montaña de la zona norte de Nueva York"; radiografió las tensiones raciales en Estados Unidos a través de la figura de su mujer —sola durante meses en un barrio acomodado de familias blanca—; explicó, en palabras del propio Patterson, que "estar noqueado no es una sensación desagradable. De hecho es agradable. No duele, sólo que estás muy aturdido. No ves ángeles ni estrellas; flotas en una agradable nube"; y reveló que para un excampeón "lo peor de perder es tener que salir del ring y hacer frente a toda esa gente", motivo por el que siempre guardaba un bigote y una barba postiza en su mochila para huir disfrazado y no dar la cara en caso de derrota.
La Aldea
Este fin de semana, al seguir el VI Congreso Nacional de Nueva Canarias y ver a Román Rodríguez, recordé El perdedor de Gay Talese. Por lo que cuenta, por cómo lo cuenta. Pero sobre todo por la decisión que tomó el líder del partido canarista —al renunciar al liderazgo de la formación tras 20 años al frente del partido; pero continuar en la sombra para tutelar el relevo— y por la afición que el propio Romá
Rodríguez siente por el boxeo, deporte que aún practica aporreando siempre que puede un saco de sparring y que tiene su raíz en La Aldea, el lugar donde empezó todo: su compromiso político con los movimientos de izquierda y sus primeros movimientos sobre un cuadrilátero, todo bajo la influencia directa de su padre, José Rodríguez —conocido en el pueblo como Látigo Negro—.
Tercero de cuatro hermanos —Pepín, Tomás (de idelogía anarquista) y Gonzalo—, Román Rodríguez nació en La Aldea justo el día que define un año bisiesto: el 29 de febrero de 1956. Miembro de una familia humilde, de niño vendió la conserva de guayaba que elaboraban sus padres a los vecinos de El Barrio —vecindario dentro del pueblo en el que vivían— y soñaba con ser carpintero —embelesado por la posibilidad de dar forma y uso a un trozo de madera—. Entre la primera tarea y el segundo anhelo, Román aprendió a boxear, actividad que desarrolló junto a sus tres hermanos bajo la instrucción de su padre, que regentaba un cuadrilátero en la parte trasera del almacén donde la familia guardaba frutas y verduras. Allí aprendió que los combates sobre el ring no son sólo cuestión de fuerza: hay que bailar con los pies y pensar con rapidez.
La Laguna
Con su padre, además de cultivar los bíceps —con 69 años aún levanta hierro y toma infusiones de guanábana para mantenerse en forma—, descubrió el ajedrez —fue presidente del equipo del pueblo— y la política —en su casa siempre hubo tertulias y nunca se ocultó su inclinación por el socialismo—. Fue, sin embargo, una serie de televisión y uno de sus personajes los que lanzaron a Román Rodríguez hacia la medicina: la perfección del doctor Gannon en Centro Médico. Con sus hermanos enfocados hacia el Magisterio, obtuvo una beca en plena época de numerus clausus que le permitió estudiar la carrera de Medicina en la Universidad de La Laguna. Allí se formó como un estudiante destacado, pero sobre todo reforzó su compromiso político.
La dictadura franquista daba sus últimas bocanadas cuando Román Rodríguez descubrió el pulso de diferentes movimientos estudiantiles en Tenerife y él, un líder por naturaleza, no se queda atrás. Participó en varios proyectos —Pueblo Canario Unido y Unión del Pueblo Canario— y fundó otros —todos, como a lo largo de trayectoria política, de carácter muy artesanal—. Uno de ellos, la Unión Nacionalista de Izquierdas (UNI) logró tener cierto peso con cerca de 300 militantes y situarse al margen del Partido Comunista de España (PCE). La muerte de Javier Fernández Quesada, alcanzado por un disparo de las fuerzas policiales cuando protestaba junto a un grupo de estudiantes en las escalinatas del edificio central de la Universidad de La Laguna durante una huelga del sector del Transporte, redobló su compromiso político: el joven falleció pese a que Román y otros compañeros intentaron reanimarlo en el lugar de los hechos.
SCS
Durante aquellos años, algunos de sus movimientos se desarrollaron en la clandestinidad. En La Laguna él y sus compañeros llegaron a gestionar un piso franco con una imprenta para editar panfletos o carteles y mantuvieron contactos con grupos independentistas vascos. Aquello se cerró con el final de su etapa universitaria, completada con el título de Medicina. Pero su regreso a Gran Canaria no significó el final de su compromiso público. Durante cinco años ejerció en la sanidad pública —sobre todo en servicios de Urgencias en lugares como La Isleta, Guía o Vecindario—, pero su empeño por mejorar Canarias le devolvió a la arena política: en su pueblo natal fundó CulturAldea —movimiento que logró organizar las Fiestas de La Aldea y quitarle la dirección al ayuntamiento— y en la capital se unió a Iniciativa Canaria Nacionalista (ICAN).
Pese a votar en contra de la confluencia del partido dentro de Coalición Canaria, en abril de 1993 fue nombrado director general de Asistencia Sanitaria del Gobierno de Canarias, cargo desde el que dirige el proceso de transferencias en materia sanitaria del Estado a la Comunidad Autónoma de Canarias. El INSALUD da paso al Servicio Canario de la Salud (SCS) y ahí comienza la gran obra de Román Rodríguez: pone en marcha el Plan Salud, que recoge el peor sistema sanitario de España, y le da la vuelta por completo para que las Islas tengan un servicio digno y del Siglo XXI. Se crean buena parte de los centros de salud aún vigentes en el Archipiélago; las instalaciones pasan de contar con 200.000 metros cuadrados a tener 700.000; se construyen los hospitales de El Hierro, La Palma y el Doctor Negrín, se inician las obras del Hospital General de La Gomera, se duplica la capacidad del Hospital Insular y se amplía La Candelaria; y se dota al Sistema de Emergencias de dos helicópteros medicalizados las 24 horas, 14 ambulancias medicalizadas y otras 100 con soporte vital básico. Para jóvenes o desmemoriados: hace 30 años, en Canarias, todo eso parecía una utopía.
Presidente de Canarias
Su papel al frente del SCS no pasó desapercibido y una jugada maestra de Lorenzo Olarte —que en 1999 debía ser el candidato de Coalición a la presidencia, pero se topó con la resistencia de las fuerzas del propio partido en Tenerife— permitió que un grancanario fuera al frente de la plancha nacionalista en las elecciones regionales. Román Rodríguez se convirtió presidente de Canarias con 43 años. Su mandato pasa a la historia por el auge económico —impulsado por la burbuja inmobiliaria y el turismo— y sobre todo por la moratoria turística, una ley aprobada en el Parlamento regional que establecía límites en la cantidad de nuevas plazas turísticas que se podían construir en ciertas zonas, así como restricciones en cuanto al tipo de alojamiento —con prioridad a hoteles de mayor categoría—. Todo con el objetivo de regular el ritmo de crecimiento del sector turístico para evitar un impacto negativo en el medio ambiente, la cultura y la calidad de vida de los residentes.
La moratoria fue dinamitada a lo largo de la década posterior y Román Rodríguez, en 2003, no repitió como candidato de CC a la presidencia. Aquello fue el principio de una escisión dentro de Coalición que culminó 24 meses después con la fundación de Nueva Canarias, un proyecto que durante 20 años se ha convertido en el referente nacionalista de Gran Canaria al presidir durante tres mandatos el Cabildo, formar parte del pacto de gobierno en Las Palmas de Gran Canaria y ser la opción más votada en varias elecciones en municipios como Agüimes, Santa Lucía, Gáldar o Telde y que ha permitido al propio Román Rodríguez completar su currículum con cargos como el de vicepresidente del Gobierno de Canarias (2019-2023), diputado nacional (2004-2008) o vicepresidente del Cabildo (2007-2011).
Ruptura de NC
Con ese crecimiento exponencial, el liderazgo de Román Rodíguez en Nueva Canarias parecía incontestable. Nadie, ni siquiera, imaginaba un final que no fuera el que la URSS reservaba para los presidentes del Buró del Comité Central del PCUS. Sin embargo, todo ha saltado por los aires en 2025. El revés en los últimos comicios regionales —con NC fuera del Gobierno y su propio líder sin escaño en el Parlamento— y la falta de un proceso de renovación generacional dentro de la organización han abierto una escisión dentro de la escisión nacionalista en Gran Canaria que ha culminado con la creación de otro partido —Primero Canarias— y la fuga de cargos electos como Teodoro Sosa, Óscar Hernández, Francisco García o José Eduardo Ramírez, cuadros y militantes de la organización.
La respuesta de Román Rodríguez a esta quiebra se parece a la de Floyd Patterson frente a la derrota: disfrazarse —en su caso detrás del cargo de Secretario Nacional de Estrategia, Programa y Formación— para parecer que no sigue ahí.
