Volver a escribir sobre la posibilidad de ascenso del Club Deportivo Tenerife es un emocionante reencuentro con uno mismo. Excluyendo los números, las estadísticas, los porcentajes de éxito y las realidades deportivas del día a día, el simple hecho de ver al Tete en una promoción a Primera es algo fantástico.
Quien suscribe trabajó muchos años en la prensa deportiva y tuvo la posibilidad de realizar la información del representativo a través de las páginas del periódico El Día. Fue en este rotativo en el que conocí bastante a jugadores, entrenadores y directivos blanquiazules desde los años 90 hasta casi 2010. Fueron dos décadas de vinculación profesional indirecta con la entidad. De esa vinculación guardo infinidad de vivencias y anécdotas que estoy dispuesto a contarles en mis próximos textos. Pero, además, viví muchos años en la santacrucera calle Suárez Guerra, muy cerca de la antigua sede blanquiazul, que se encontraba, junto a la farmacia Llabrés, en la céntrica calle Viera y Clavijo. Eso me unió también de forma afectiva con el Tenerife.
De niño iba a ver al equipo. Mi padre, familiar muy unido a la familia Rodríguez López, me llevaba al Estadio junto a mis hermanos. Casi siempre subíamos por la calle del Castillo, girábamos hacia Alfaro, justo donde la aún existe la librería Universal, y enfilábamos por la antigua churrería hasta la prolongación de Ramón y Cajal. Cruzábamos el puente Galcerán y recuerdo que en ese punto siempre levantaba la cabeza para ver las banderas de los equipos, instaladas en los mástiles de la calle San Sebastián. Ahí hablábamos del puesto en el que estaba el equipo, normalmente en Segunda B o Segunda A en esa época.
Íbamos a la grada de Tribuna, que no era ni alta ni baja, sino Tribuna. Allí me encantaba oír al vendedor de las almendras saladas y garrapiñadas, también ver al encargado del marcador de San Sebastián cambiar los rótulos cada vez que había un gol, sobre todo del Tenerife, aunque alguna vez se llevaba alguna bronca del público por equivocarse y poner el "1" en el marcador visitante cuando el tanto era nuestro. Era el hándicap de no existir aún los electrónicos. El baño estaba en la entrada que había bajo los tablones de la grada de Herradura. Eran al aire libre. Así que si llovía uno se mojaba. Cuando la cosa se ponía "peluda" con el árbitro, algunas piedras voladoras aparecían desde General de pie como si de ovnis se tratara. Era la época de Jiménez del Oso y la gente creía en esas cosas. Cómo ha cambiado el cuento...
Viví los ascensos con los entrenadores Benito Joanet, Rafael Benítez, José Luis Oltra... Viaje por casi toda España y también disfruté de la gloriosa etapa UEFA del CD Tenerife, acompañándolo como informador a bellos lugares del país y también del extranjero. Se podría decir que mi crecimiento profesional se produjo en paralelo a esa pequeña franja histórica del club.