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Del soborno a la goleada

Luis Padilla nos relata este viernes el soborno que recibió Julio Suárez en un partido entre el Tenerife y el Recreativo.

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El Tenerife 85-86, pese a militar en Segunda División, tuvo un notable protagonismo nacional. No por su fútbol, pero sí por sus escándalos. Por los encierros de su plantilla, por la petición de los jugadores para que dimitiera el presidente, por la agresión de algunos espectadores a su entrenador en un partido de Copa del Rey (competición en la que, curiosamente, eliminó a dos equipos de Primera División como Valencia y Sporting de Gijón), por reunir sólo mil espectadores en el Heliodoro… Penúltimo en la clasificación, a siete puntos de la permanencia y con cuatro jornadas (ocho puntos) por disputar, con el equipo ya casi condenado al descenso a Segunda División B, la entidad blanquiazul volvió a ser noticia: su máximo goleador, Julio Suárez, desveló que había sido objeto de un soborno.

El delantero grancanario dijo que había recibido dos llamadas telefónicas desde Huelva en las que le ofrecían cuatro millones de pesetas si no jugaba el domingo siguiente ante el Recreativo, que estaba a un punto de la tercera plaza y peleaba por el ascenso a Primera División. Su baja hubiera sido sensible en un grupo en el que, amén de Julio, sólo Lacalle tenía buena relación con el gol. De paso, debía convencer a sus compañeros para que sumaran una nueva derrota. Los cuatro millones de pesetas, a repartir entre la plantilla, los recibirían la semana siguiente en efectivo. La oferta, para unos jugadores que no cobraban, era tentadora. Tras la negativa inicial de Julio, el comunicante, que dijo estar desligado del Recreativo pero pertenecer a “una importante empresa onubense”, le instó a que se lo pensara mejor.

Plantila del Tenerife 85-86

Al día siguiente volvió a recibir otra negativa del delantero grancanario, que ya había puesto el intento de soborno en conocimiento del directivo Javier Viera y del segundo entrenador, Justo Gilberto. Y también lo hizo público en los medios informativos. Llovía sobre mojado: el portero del Tenerife, Peio Aguirreoa, había sido acusado de dejarse marcar dos goles en el anterior partido en el Heliodoro, saldado con derrota (1-2) ante el Elche, otro de los candidatos al ascenso. Así que el domingo 27 de abril de 1986 los escasos cinco mil espectadores que acudieron al Heliodoro no estaban para bromas y miraron con lupa a un Tenerife que salió sin Aguirreoa, pero con Julio. Y con brazaletes negros por el fallecimiento en la víspera del vicepresidente, Guillermo La Serna. 

El técnico interino, Domingo Rivero, alineó a: Celestino; José Ramón, José Antonio, Quique Medina, Sirvent; Toño, García, Juanito (Chalo, 65’), Lacalle; Walter Gesto (Haro, 70’) y Julio Suárez. No hubo lugar a la sospecha. El Tenerife hizo el mejor partido del curso y a los cinco minutos ya ganaba, después de que el argentino Walter Gesto marcara su único gol como blanquiazul. Eso sí, mediada en la segunda parte, Taboada Soto, el árbitro, puso en aprietos a Julio Suárez al señalar dos penaltis casi consecutivos a favor del equipo blanquiazul. Julio era el especialista y no podía esconderse. No se escondió. Y tampoco falló. Transformó los dos penaltis, disipó cualquier duda y cerró el partido con goleada (3-0). Una semana después, el Tenerife cayó en Vallecas y se fue a Segunda División B.  

El Recreativo, eso sí, se quedó sin ascenso.