Desde Chiguergue se avista América

Finales del siglo XVIII: la esperanza del campesinado tinerfeño en una vida mejor se encuentra en América.

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Chiguergue, 1779. 

En este pago del malpaís de Isora, en el oeste tinerfeño, vive el matrimonio formado por Diego Francisco, un labrador de 65 años, y Josefa Rodríguez, de 55. Ella, entre otras muchas tareas, se dedica, como casi todas las mujeres del mundo campesino tinerfeño, a hilar. Es decir, a obtener hilo que tejer, a partir de las fibras que se encuentran en la isla, como son la lana de las ovejas, la seda de las moreras, o el lino que se cultiva en los barrancos. Ha transmitido tan importante arte a sus hijas, Cathalina y Fefa, de 26 y 15 años, que la ayudan en estos menesteres. El hijo varón de la familia se llama Diego Francisco, como su padre, y es, también, labrador. Colabora ya en tan importantes tareas el pequeño José Joaquín, nieto de Diego, de 12 años.

La familia carece de tierras propias. El patrimonio de la casa consiste en una yunta de vacas para ayudar en la labranza de las tierras ajenas, 30 cabras, y 6 colmenas, que padre e hijo se encargan de trasladar, durante la floración, a las alturas que rodean el Teide. En este sector de la isla de Tenerife, rocoso, sediento y quemado por el sol, la tierra no es demasiado generosa con sus habitantes y, por esta razón, la ganadería y la apicultura tienen un mayor peso en la economía familiar. Con el trabajo de todos, la familia se sostiene, pero con muchas penurias. Vive, dice el alcalde del pueblo, "miserablemente".

La situación es similar para la inmensa mayoría de los isoranos, que miran hacia al mar con esperanza. Allá, por detrás de La Gomera, está el camino que lleva a las Indias. Hay quienes se embarcan hacia la tierra prometida: a veces para nunca volver, otros con la ambición de regresar con las manos llenas y poder, así, ayudar a su familia. Es el caso de Francisco Antonio, el hijo de 37 años de la viuda Mariana de Acevedo, que vive en la pobreza y ha estado sola en su ausencia. Francisco sigue soltero. Acaba de regresar de América y ha vuelto a casa de su madre. Ha adquirido con lo ahorrado "algunos pedacillos de tierra". Una llama de esperanza para el futuro.