En el principio no me gustaba Black Mirror. Sentía que era desordenado y vacío. O más bien desordenado y lleno. Era tan complejo que creía que nunca sería capaz de entender ese texto e imagen que realmente me sofocaban. La primera vez que me sentí así fue después de leer un resumen de 1984 de George Orwell, ni lo entendí ni quise entenderlo. La segunda vez fue con el segundo visionado de El Show de Truman, no paraba de pensar '¿y después?' exigía conocer la verdad después de aquel adiós celestial, convirtiéndome así en parte de la audiencia de la película. Al igual que aquel pobre Truman, Black Mirror nos ha hecho jugar ahora con el joven Stefan (Fionn Whitehead) con la diferencia de que ya no solo somos espectadores sino también verdugos.
Bandersnatch, la nueva película de la serie británica, se aleja de la antología de relatos distópicos para ponernos no solo la tecnología ante los ojos sino también entre las manos y decidir así el futuro del protagonista.
La presión sobre el espectador aumenta al igual que lo hace en el joven Stefan. Pero tú no eres él. En realidad, eres alguien que probablemente está en pijama, con un ratón o un mando entre las manos y que elige la próxima desgracia que le va a suceder a un personaje ficticio. Es la identidad del joven la que está en juego, su tiempo, su idea. Pero comienza a tomar conciencia sobre el hecho de que él parece no tener ningún tipo de determinación en su camino. Y que alguien, que en realidad no conoce su historia, le controla.