El mejor central de América

Luis Padilla nos recuerda este sábado, la llegada de Carlos César Correa Rodríguez a la disciplina del CD Tenerife

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A Heriberto Herrera le bastó un entrenamiento en el Heliodoro para darse cuenta de que todas las referencias eran ciertas y que el Tenerife acababa de fichar un defensa colosal: el uruguayo Carlos César Correa Rodríguez (1936-2013). Ese 11 de agosto de 1960, el entrenador blanquiazul, paraguayo de nacimiento y conocedor del fútbol sudamericano, supo que su equipo, que el curso anterior había arañado la permanencia en las últimas jornadas, pasaba a ser favorito para subir a la máxima categoría. El técnico era un hombre especialmente comedido, poco dado al optimismo o la charlatanería, pero esa misma tarde, tras la visita a la Virgen de Candelaria y durante la recepción del obispo Pérez Cáceres en el Palacio Episcopal, no tuvo reparo en brindar “por nuestro próximo ascenso a Primera División”.

El central uruguayo, procedente del Danubio de Montevideo, había llegado el día anterior con su esposa y sus dos hijas pequeñas (de uno y cuatro años). Cansado, con jet lag y sin conocer a sus compañeros ni el fútbol español, demostró porque estaba considerado como “el mejor central de América”. “Insuperable por arriba y por abajo, era además dueño de un gran temperamento que agrandaba a los compañeros y achicaba a los rivales. Aún hoy es considerado como el mejor zaguero derecho que tuvo Danubio en toda su historia, pues no fallaba ningún cierre, era impasable en los mano a mano y excelente en el juego aéreo”. De padre español, en el Tenerife refrendó la fama de la que venía precedido. Y ya deslumbró en su primer curso: jugó 27 de los treinta partidos ligueros como titular, en los que el Tenerife sólo recibió 19 goles. 

Y así, desde el eje de una zaga que ha quedado grabada en la memoria de los aficionados (Colo-Correa-Álvaro), lideró al equipo hacia el ascenso a Primera División. En Ceuta, en un partido decisivo para la suerte final del campeonato, fue vital en el empate final (0-0). Por su calidad y por su oficio para parar el partido cuando Ñito quedó lesionado tras una mala caída. Y en la recta final del campeonato, también fue decisivo en la igualada (0-0) cosechada en el Insular. Correa tenía además un fortísimo remate y había sido 27 veces internacional con Uruguay, selección con la que jugó la Copa América en 1956 y 1957. Tras el ascenso, fue el mejor jugador blanquiazul durante el efímero paso del Tenerife por Primera División. En medio del caos, disputó 29 partidos como titular y sólo falló en una cita.  

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Carlos César Correa Rodríguez

De regreso a la categoría de plata, fue tentado para regresar a Danubio y sólo participó en las primeras jornadas, pues en noviembre regresó a su país. A pesar de lo inesperado de su marcha, la entidad blanquiazul le organizó una cena-homenaje a la que asistió la totalidad de la plantilla y en la que el presidente, José López Gómez, le impuso la insignia de oro del Tenerife. Apenas dos años en el club le bastaron para hacerse acreedor a esa distinción. A Heriberto Herrera, que fue un excelente zaguero, le bastó un entrenamiento para darse cuenta que tenía “al mejor central de América”.