El 19 de julio de 1986, en el campo municipal de Guía de Isora, se inauguró el III Campeonato Mundial de Fútbol de la Emigración. La cita congregó a un total de dieciséis selecciones, repartidas en cuatro sedes: Guía de Isora, Granadilla, Adeje y Arona. Los partidos, justo es decirlo, no tenían excesiva calidad. Eso sí, pronto empezó a llamar la atención un futbolista panameño. Por su nombre y por sus goles: Rommel Fernández Gutiérrez. Marcó en su debut ante Chile y permitió empatar (1-1) a los centroamericanos. Y también vio puerta en el triunfo (2-3) de su combinado ante Inglaterra. Nada anormal hasta entonces. El choque ante Venezuela sí fue una revolución: por el resultado (5-5) y porque los cinco goles de Panamá los hizo Rommel Fernández, tres de ellos de cabeza. Además, los dos últimos, ya sobre la hora, le permitieron a su equipo empatar un partido que perdía tres-cero antes del descanso y lograr la clasificación para la siguiente fase.
Conocidas las hazañas de Rommel a través de los medios de comunicación, porque público en las gradas no había mucho, el delantero panameño se convirtió en el principal atractivo del partido que el Tenerife iba a disputar ante una selección de los mejores jugadores que participaban en el Mundialito de la Emigración. Casi dos mil personas acudieron ese día al Antonio Domínguez de Los Cristianos a ver la presentación oficiosa del nuevo Tenerife, el que ya dirigía Martín Marrero y presidía Javier Pérez. Los que fueron a ver a Rommel se quedaron con las ganas. Estaba convocado, pero para entonces el vicepresidente blanquiazul, José Antonio Barrios, ya negociaba su posible contratación y no quería exhibirlo más de la cuenta. Así que Rommel se quedó en la grada esa tarde, aunque aún tendría tiempo de despedirse de aquella cita en cuartos de final con derrota (3-4) ante Brasil, pero con un nuevo gol que le convertía en el máximo goleador del campeonato.
Rommel saluda durante el desfile de los equipos participantes en el Mundialito de la Emigración
Marcó un gol y permitió al Tenerife arañar un punto (1-1). Dos meses después ya era títular. Y en cuatro temporadas en el primer equipo le dio tiempo de disputar 149 partidos oficiales, marcar 63 goles... y convertirse en ídolo.