El Real Vigo venía con todas sus estrellas y, entre ellas, el extremo zurdo Pinilla, el ariete Ramón González y el defensa derecho Luis Otero, uno de los héroes de Amberes. Medalla de plata en esos Juegos Olímpicos y titular en el primer partido jugado por la selección española en su historia, Otero generó una terrible polémica en su día, al abandonar Vigo y fichar por el Deportivo de La Coruña. La expectación era tal que el club apostó a lo grande: decidió montar en el viejo campo de Miraflores una grada suplementaria de madera con capacidad para 2.500 personas, con la idea de “satisfacer su costo con el ingreso de las taquillas”. El encargo se hizo a los Almacenes Yanes y el precio total fue de 20.000 pesetas, una cantidad considerable para la época. Pero los ingresos fueron suficientes para pagar la obra. Y sobró dinero. Además, tras una victoria de los forasteros en el primer partido (2-3), con dos goles de Graciliano Luis para los locales, el Tenerife se impuso (1-0) en la segunda cita. Con polémica, amago de retirada del Real Vigo y nuevo gol de Graciliano Luis.
Grada del desaparecido campo de Miraflores.
En aquel tiempo, un reparto de triunfos significaba organizar un partido de desempate. O lo que es lo mismo: la posibilidad de una nueva taquilla para el Tenerife. Así que, con arbitraje del señor Barrios, Tenerife y Real Vigo se citaron el 22 de julio de 1923 en el viejo campo de Miraflores, “que presentó aún mayor afluencia de público, pues reaparecía el famoso delantero Ramón González, ausente en las dos citas anteriores”. El técnico local, Augusto Hardisson, alineó a: Baudet; Rodríguez Bello, Antonio Arocha; Víctor, Cárdenes, Francisquillo; Croissier, Sebastián, Raúl Molowny, Graciliano Luis y Antonio Pérez. En la primera parte, con el viento a favor, atacaron mucho los gallegos, pero Emilio Baudet estuvo inmenso. En la reanudación ambos equipos pagaron el esfuerzo y no hubo goles. Y tampoco hubo un nuevo desempate. Lo que sí hubo fue una taquilla sobresaliente.