El sueño de una generación

Luis Padilla nos habla este lunes del histórico ascenso a Primera al ganar la promoción al Betis.

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En medio de estas historias 'diarias' del Tenerife, espero que los lectores le permitan a su autor un relato personal... aunque me consta que compartido con miles de tinerfeños. Nacido en la década de los sesenta, el autor de estos textos nunca vio al Tenerife en Primera División. Y durante lustros y lustros ni siquiera soñó con esa posibilidad. Tal vez por eso, como muchos en aquella generación, tenía dos pasiones futbolísticas: el Tenerife y el 'otro', ese equipo de la máxima categoría que jamás iba a venir por la Isla –salvo en citas amistosas o de Copa del Rey– y que uno sólo imaginaba ver en algún viaje a la Península o al Insular. Con veintitantos años cumplidos y dedicado ya al periodismo, el curso 88-89 no era una excepción. El Tenerife estaba bien clasificado, pero ya había vivido esa experiencia de niño con Moll en el banquillo. Y de adolescente, con Mesones como técnico. Al final, el equipo siempre se caía. Y suerte si un año de esos no volvía a Segunda División B.

Pero avanzaba la temporada y aquel grupo dirigido por Bendito (no es una errata) Joanet no se caía. Con algún disgusto y muchas alegrías, pasaban las jornadas y seguía como aspirante. Al final no logró el ascenso directo, pero sí una plaza para disputar la promoción ante el Betis, un histórico plagado de millones y de figuras. El partido de ida, en el Heliodoro, empezó con bronca y acabó con fiesta. El 4-0 hizo que se olvidara 'el motín del Martitim' y la disputa entre la plantilla y el presidente. Y también hizo que se llenaran media docena de aviones para acudir al Benito Villamarín. Allí estuvo el autor de estas historias, que pasó muchos nervios y aún más calor. O mucho calor y aún más nervios. ¿La razón? Años antes, en ese estadio le cayó una docena de goles a Malta (12-1). Y el Betis recurrió al pasado y a la épica. El héroe de entonces, Poli Rincón, era el alma de ese Betis que debía “ganar por lo civil o por lo criminal”. Eligió la vía criminal.

El recuerdo que le memoria guarda de aquel choque es que fue duro, áspero o incluso violento. Casi tres décadas después, un repaso al vídeo nos revela que hemos vivido equivocados: fue una carnicería. Fue una carnicería infame que tuvo a Rincón como matarife y la anuencia de un tal Ramos Marcos, sujeto con poco pelo y mucha cara que desde el principio renunció a su condición de árbitro. A Quique Medina lo pudieron mandar al hospital o al cementerio de un codazo que le rompió la cara. A Guina le patearon estando en el suelo. A Rommel le golpearon por detrás y a la rodilla cuando encaraba en solitario a Pumpido. Mientras, el sujeto que no merece el nombre de árbitro miraba para otro lado. La tarjeta amarilla era el máximo castigo. A veces, ni eso. Pero ningún jugador del Tenerife se bajó del barco. Todos aguantaron de pie hasta el final. Y aunque perdieron 1-0, llevaron a aquel equipo lleno de magia a la Primera División.

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Formación del Tenerife en el Benito Villamarín.

Aquel 2 de julio de 1989, bajo la insoportable canícula sevillana, una generación entera de blanquiazules vio cumplido su sueño imposible. Lo que nadie imaginaba entonces es que el Tenerife iba a cambiar su historia.