El violento despertar de una isla

El comienzo del siglo XVIII se presentó movidito en la isla de Tenerife. Tres erupciones volcánicas consecutivas vinieron a sacudir la tranquilidad isleña.

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Tarde del 2 de febrero de 1705. Día de Nuestra Señora de Candelaria. 

La peregrinación y fiesta de este año es especial.

Hace apenas dos días que el Obispo de Canarias, Bernardo Sanzo de Vicuña, falleció repentinamente, muerto de miedo, en la choza de La Orotava que le había servido de improvisado refugio ante los continuos y espantosos temblores de tierra. Tenerife no ha dejado de sacudirse en los últimos meses.

Las dos erupciones volcánicas casi consecutivas (en Nochebuena y en la víspera de Reyes) y los terremotos constantes han convencido a muchos de que se aproxima el fin del mundo. Hace más de dos semanas que en los volcanes que se abrieron en la cumbre dejó de brotar la lava, pero las sacudidas han continuado, cada vez con mayor fuerza, y se han abierto brechas en la tierra que anticipan el nacimiento de otro volcán. El saldo no ha sido pequeño: más de medio centenar de casas del Valle de Güímar se han venido abajo, y con ellas se han apagado 16 vidas. En el Valle de la Orotava también se han desplomado viviendas.

Por esta razón, la peregrinación de este año es multitudinaria. La población acude al santuario de su patrona, la Virgen de Candelaria, para pedir al cielo el cese de sus desgracias. En el interior del templo, los temblores continúan. El maderaje cruje. De un momento a otro, piensan, el techo se vendrá abajo sobre sus cabezas. La gente, asustada, confiesa sus pecados y comulga. Muchos están seguros de que la muerte se aproxima.

Son entre las 4 y las 5 de la tarde. Se siente otro fuerte temblor. En la cumbre, en los altos de Arafo, entre los roques, se produce por fin el parto. El volcán, que llevaba anunciando su nacimiento tanto tiempo, ha reventado. El estruendo, y la lluvia de fuego y piedras es mayor que en las dos ocasiones anteriores. La lava avanza barranco abajo. La gente huye. La venerada imagen de la Virgen es trasladada a toda prisa, por el Camino, a la Ciudad. En toda la isla resuena el tañido de las campanas.

Desde que, en agosto de 1492, Cristóbal Colón avistó, desde el mar, una erupción en las cumbres de Tenerife, la isla había permanecido dormida. El despertar del siglo XVIII ha venido a recordar de qué está hecho el suelo que pisamos. Y "la fiesta" no ha terminado. En un año, le tocará a Garachico.

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