Otra vez volví a ir con mi primo, Pedro, y otra vez fuimos con la excusa de un concierto. Llegamos a Berlín el viernes 1 de junio, de madrugada y se puede decir que tardamos más en dejar las maletas en el hotel que en salir a vivir la noche de la capital alemana. Tuvimos la suerte de poder alojarnos en la céntrica Alexanderplatz, con conexiones en metro y tren hacia cualquier punto imaginable de la ciudad. Nosotros, de casi 40 años, preguntamos por dónde salía la juventud alemana a disfrutar de la noche... y llegamos... y casi al asalto nos sorprendió un amanecer a las cuatro de la mañana. Y nos descubrió una ciudad curiosa, como si Berlín no se hubiese ido a acostar, como si los ejecutivos tuvieran turnos de 24 horas, y la cafeterías y la juventud en bicicleta y los músicos callejeros... un amanecer a las cuatro de la mañana que volvió a iluminar una ciudad completamente vida.
A Alemania llegué medio resfriado y algo dañado de la garganta. Eso no nos impidió que en nuestro estreno berlinés gastáramos todas las horas de la noche entre cervezas, amaneceres tempranos, afters, terrazas y desayunos contundentes... eso sí, el sábado fue otra historia. Después de haber dormido sólo un par de horas, y tras un breve intento de retomar la vida en las calles, la gripe se apoderó de mí y pasé el resto del sábado en el hotel, tiritando, con fiebre y con la sensación de tener mil cuchillos atravesados en la garganta.
Y llegó el domingo, el día del concierto; cita con Guns n' Roses en el inicio de su gira europea de 2018. Con las fuerzas justas (yo, mi primo era un toro en plenitud de condiciones), visitamos algunos de los puntos turísticos de la ciudad y a media tarde nos dirigimos al Estadio Olímpico de Berlín, aquel que sobre el que el nazismo coqueteó con el resto de la sociedad internacional en las Olimpiadas de 1936, aquel en el que Jesse Owen, atleta negro de Estados Unidos, logró cuatro medallas de oro y batió otros tantos récords mundiales... en aquellos Olímpicos en los que Hitler abandonó el Estadio antes de la entrega de medallas, cuentan, para no tener que dar la mano a un “ser inferior”.
También se cuenta que las siguientes palabras son obra del propio Jesse Owen, fallecido en 1980: “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.