El CD Tenerife vivió en junio de 2001 diez días que duraron diez años. Peleaba en solitario y contra el mundo por un ascenso a Primera División. Luchaba desarmado contra tres gigantes –Sevilla, Betis y Atlético de Madrid– con arsenal atómico. Arsenal futbolístico y arsenal mediático. Y contra unos dirigentes, Ruiz de Lopera (presidente del Betis) y Jesús Gil (presidente del Atlético de Madrid), dispuestos a usar todas las armas, legales o no.
La guerra se había desatado tres meses antes, cuando el Tenerife venció (0-2) al Betis en el Benito Villamarín y el citado Ruiz de Lopera encontró un resquicio para ganar en los despachos el partido que perdió en el césped. Los pasaportes de Basavilbaso y Barata ofrecían dudas y el Betis pidió a la Federación que le diera el partido por ganado. Los papeles de Basavilbaso estaban en regla, pero no los del delantero.
El Comité de Competición debía determinar si el fraude lo cometió el Tenerife o el jugador. Y el representante del jugador, Santiago Gerardo, exculpó a ambos: “Fue el Mérida quien tramitó su condición de comunitario. Si el pasaporte es falso, nos engañaron ellos”. Pero Benítez dejó de contar con el futbolista para evitar nuevas denuncias y Barata se puso nervioso: “Estoy hundido. Para jugar en el Tenerife me hacían falta mis goles, no un pasaporte”. Mientras, el campeonato seguía. Pero el grupo de Benítez acusó la presión. Tenía muchos frentes abiertos y la ventaja se diluyó. Y a dos jornadas del final, tras sumar sólo una victoria en cinco jornadas, se vio superado por el Betis y alcanzado por el Atlético de Madrid. Entonces, el 8 de junio de 2001, con el delantero en paradero desconocido tras pedir vacaciones y abandonar la Isla, estalla la 'bomba' Barata.
Barata, con la camisa del CD Tenerife
Al día siguiente, miércoles 13, bajo juramento, Barata exculpa al Tenerife en la sede de la Federación Española. Y el aficionado respira aún más cuando, por fin, el viernes 15, el CEDD resuelve a favor del Tenerife. El ascenso se iba a decidir en el césped, no en un despacho. Dos días después, domingo 17, en Leganés, al aficionado blanquiazul le cuesta respirar. Sólo sufre. Y padece. Hasta que Hugo Morales lanza una falta a treinta metros de la portería rival con peligro cero y coloca el balón en la red. Entonces grita. Y grita. Y grita.