Gangocheras

En el pasado isleño, el suministro de fruta, carne, o verduras que llegaba a los mercados de las ciudades lo hacía sobre las cabezas de las mujeres del campo tinerfeño.

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Inés llega de madrugada al Faro. La luz de este aún lanza sus destellos hacia el océano, avisando a los navíos de la proximidad de los oscuros acantilados de Anaga. 

Lleva una hora de camino desde la Hacienda de Las Palmas, portando sobre su cabeza una carga tan pesada que se precisan dos hombres para bajarla hasta el suelo. Aún queda para que amanezca, pero hay que estar pendiente de la llegada de la falúa. Porque verán: cuando el tiempo lo permite, sale del Roque de las Bodegas una lancha a motor, el bote de Pedro Romero, que hace escala en Roque Bermejo. Aquí suben las gangocheras de la Punta de Anaga, como Inés, con destino a Santa Cruz. ¿Y qué van a hacer estas mujeres a Santa Cruz?.

- Pues vender nuestras mercancías, niño: verduras, frutas, carne de cabra, vino del país....todo lo que la tierra nos da.

Pasa una hora. Amanece, y se apaga la luz del Faro. Y no aparece la pequeña embarcación por ninguna parte.

-Ya casi seguro que no va a venir-dice una mujer con amargura.

-¿Cómo lo saben?

-¿Ves aquella espuma en el Roque de Fuera? Cuando ahí asoma la ola, las playas de Almáciga están cerradas de corrientes, y los mozos no se atreven a echar la "faluga" a la mar.

No todas las gangocheras, que empiezan a descender hacia Roque Bermejo y se agolpan en la playa, son tan comprensivas con la situación. Y varias cuestionan a los marineros, que no vienen, y que les van a hacer perder la carga que tanto trabajo ha costado a la familia. Es enero de 1935: no existen las neveras, ni los congeladores, y, en particular la carne, hay que consumirla en el día.

-¡Pues yo no he visto nunca gallinas en la mar!- exclama una, acusando, con sarcasmo, de cobardía a los marineros.

Un mozo que espera también, en la playa, reprende a la mujer por una crítica que considera injusta.

-No está la mar para salir.

-¡Por lo menos que nos lleven hasta San Andrés!

-Con esta mar, la "faluga" se va a "hocicar" en La Mancha y va a terminar por hundirse. Hoy no se puede navegar...

La fuerza del oleaje no disminuye, y las gangocheras se resignan. En el fondo, saben que los mozos tienen razón en estar temerosos: no sería la primera embarcación que se hunde, ni ellas las primeras en perder la vida en la travesía. En la memoria está la muerte de la pobre Ernestina cuando el bote que la llevaba se viró, saliendo de la playa del Roque de las Bodegas.

Pero cuesta asumir la situación. En la lancha, se puede ir y venir en el día, y con un jornal en la mano. Sin ella, si no se quiere perder la carga, toca andar. Al menos, ya no hace falta hacerlo hasta Santa Cruz o La Laguna, como antaño: hoy la carretera llega hasta San Andrés y las inmediaciones de El Bailadero. Así que, si es posible conseguir que algún camión te lleve desde esos dos puntos, la carga puede no estar perdida.

Se ponen en marcha, las frentes elevadas y los cuellos fuertes, erguidos como columnas. Los ojos al horizonte, sin poder ver el camino. ¿Por qué? Es peligroso, desde luego: podrían perder la vida en una mala caída por esas empinadas laderas y profundos barrancos que deben cruzar. ¿Por qué andar así la larga distancia por esos veredos? Porque es preferible, amigos y amigas, asumir el riesgo de caer al vacío, que asumir el riesgo mayor de inclinar la cabeza para ver, porque eso significaría perder, ladera abajo, la valiosa carga de la que depende su jornal, su sustento y su casa.