A partir de ese momento mi admiración por Jane Fonda fue absoluta (aunque no sabría explicar por qué) y al descubrir que Netflix tenía una serie suya nada más y nada menos que con Lily Tomlin mis horas frente a la pantalla estaban garantizadas y, sinceramente, muy bien empleadas.
La comedia, tiene uno de los mejores inicios de serie que, en mi opinión, existe. Dos compañeros de trabajo de toda la vida y padres de familia deciden decirle a sus respectivas mujeres que llevan 20 años enamorados el uno del otro y que han decidido separarse para vivir juntos, al fin.
Evidentemente, para dos mujeres septuagenarias, esa noticia supone un agujero negro de ira, desolación y desconsuelo. Pero cinco temporadas después atrás quedó la desconfianza, y la amistad es la única que consigue que los problemas de memoria, de artritis y de movilidad sean menos importantes. En esa temporada, pese a tener un guion que no cambia mucho en comparación con las dos últimas, ahonda más en la necesidad de no quedar en el olvido, y de tener al lado a quien de verdad desea acompañarnos, todo esto volviendo a los orígenes de cada uno de los personajes, llegando incluso a la crisis existencial.