¿Inquisición en Tenerife? Por supuesto. Y hasta bien tarde.

En la Tenerife del pasado, decir lo que pensabas era, en materia de religión y creencias, un ejercicio peligroso.

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Algún momento en torno a 1558.

Nos encontramos en una sala de la fortaleza de Santa Cruz. Está presente el regidor Francisco Coronado, alcaide del lugar. También se encuentra aquí su mujer, una persona de extraño nombre: Barbolagusto.

En la cama, entre fuertes fiebres, yace otra mujer: Catalina de Lara. La ha traído desde el Valle de Salazar, por el peligroso camino que franquea los acantilados, su marido, el bachiller Ramos. Para tratar de ayudarla a bajar las calenturas, está también un médico, el Licenciado Reynaldos. Pero la cosa no mejora.

-Ay mujer mía, encomiéndate a Nuestra Señora y toma a los santos por abogados, que buenos son los santos para con Dios, que te den salud.

Al médico Reynaldos no le gusta este comentario.

-Solo a Dios se ha de rezar, no son necesarios los santos. La oración a Dios se ha de hacer.

Se hace el silencio. Los demás consideran lo que ha dicho una auténtica barbaridad. Tras un cruce de miradas, el bachiller Ramos habla.

-Tate, no digáis eso, que eso es lo de Martín Lutero, y cuando hemos de rogar a un señor que nos haga mercedes, tomamos los más privados por intermediarios. Y así, es necesario que roguemos a los santos como intermediarios con Dios.

Barbolagusto abandona la sala, indignada. No quiere oír más "herejías". El cisma religioso cristiano, que dividió para siempre a católicos y protestantes, es una realidad muy próxima en el tiempo. Durante 13 años, Barbolagusta se guarda las palabras del licenciado Reynaldos para sí. Hasta que un día, un 14 de enero de 1571, va a visitar al Inquisidor Ortiz de Funes y testifica en contra del médico. Reynaldos fue condenado a prisión.

Un simple testimonio de otra persona podía condenarte. Ana Hernández, La Peguera, era una mujer que vivía en La Orotava y, en 1655, fue acusada de brujería y de "saber hechizos". Tuerta y pobre, se dedicaba a fabricar "pez" a partir de la resina de los pinos en los hornos de brea que llenaban los bosques de la isla. Es decir: era peguera, un oficio de lo más común en aquellos tiempos.

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¿Las "pruebas" para señalarla como bruja? No hacían falta: bastaban las palabras de vecinos a quienes la persona en cuestión (casi siempre mujer) no gustara. En este caso, se le señala por "haber hecho aparecer al demonio en forma de garañón" (o sea, de macho cabrío) en las inmediaciones de la peguería. No se contempla la posibilidad, ni por asomo, de que el animal lo fuera realmente, y no "el demonio", a pesar de que la isla estaba llena de ganado cabrío.

El otro incidente que "demostraba" que Ana era bruja, es que un día, estando un tal Miguel Alonso, de El Farrobo, en la mencionada peguería, le cayó una piedra y le rompió el objeto que llevaba en la mano. Se le acusaba, también, de ser capaz de hacer "curaciones".

Pero es que los procesos continuaron hasta fechas relativamente próximas en el tiempo. En 1792, la Iglesia emprende un "proceso de fe" contra el curandero de Icod, Antonio González, apodado "Guelde", de 25 años de edad, acusado de "fingir que habla con las Ánimas" y, sobre todo, de "hacer curaciones" en su pueblo. Actos propios de alguien que había pactado con el demonio, según la acusación. 

A Antonio, que nunca había salido de su isla, lo detuvieron, lo embarcaron en Puerto de la Orotava y se lo llevaron a Las Palmas, donde estaban los tribunales del Santo Oficio. Allí lo tuvieron preso desde el mes de octubre de 1791 hasta el 23 de julio de 1792. Por si fuera poco, le requisaron todas sus propiedades, y lo condenaron a 8 años de destierro en la isla de Gran Canaria. Para obtener su confesión, lo sometieron a torturas hasta que admitiese haber cometido los "horribles crímenes" de los que se acusaban y que él negaba, y no lo dejaron tranquilo hasta que,además de confesar, delató a otros 4 curanderos de la zona noroeste de la isla de Tenerife.

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