Una campaña ejemplar y treinta minutos de disparate. Ése era, mediada la competición, el balance del Tenerife 73-74. Acabada la primera vuelta era cuarto, a dos puntos del ascenso directo y había despertado en los aficionados blanquiazules una ilusión imposible: subir a Primera División. Palabras mayores, un territorio prohibido en un club que llevaba trece años sin pisar la élite (y que estaría otros quince sin hacerlo) en una época en la que había dos mundos paralelos y sin conexión posible.
Por un lado estaba la Primera División, que era lo que se veía los domingos a las siete de la tarde en televisión (en blanco y negro, naturalmente); y por otro, la Segunda División, que era lo que se veía cada dos domingos, a las cuatro y media, en el Heliodoro. Y eran dos mundos destinados a no encontrarse jamás. Punto y final.
La campaña ejemplar, ya se ha dicho, la hacía el Tenerife en la Liga. La media hora alocada llegó en Córdoba, en la ida de la cuarta eliminatoria de la Copa del Generalísimo. Esa noche el Tenerife tuvo una de sus históricas salidas en frío: a los tres minutos ya iba por detrás en el marcador, a los once recibió el segundo gol y la media hora perdía por 3-0, resultado que sería definitivo. “Adiós a la Copa”, titularon los rotativos tinerfeños. Pero dos semanas después, el aficionado había recuperado la fe y llenó el Heliodoro. Por el camino había ganado dos partidos ligueros ante Linares (0-1) y Sevilla (1-0) y eso invitó a poblar las gradas, pues por entonces el grupo que dirigía Dagoberto Moll había firmado notables exhibiciones como local que alimentaban el optimismo: un 3-0 al Cádiz, un 4-0 al Lleida....
Formación del CD Tenerife en la temporada 73-74¿Más milagros? Pues sí. Tras año y medio en la Isla, el oriundo Caamaño hizo su primer tanto como blanquiazul y fue el encargado de igualar la eliminatoria a los 67 minutos en medio del delirio del Heliodoro. Y en la prórroga, ni el hecho de jugar con diez ni el cansancio pusieron freno a la ilusión blanquiazul. El Heliodoro explotó en el minuto 104, cuando Mauro 'el Patanga' hizo el 4-0 definitivo. Tocó el balón suavito, lejos del alcance de Navarro, miró al juez de línea, comprobó que no estaba en fuera de juego (o que el árbitro no lo iba a señalar, que al final es lo que importa) y corrió a abrazarse con sus compañeros. Nunca había remontado el Tenerife un 3-0 en una eliminatoria y nunca más lo ha hecho desde esa noche.