Los ojos de la Isla

Durante siglos, la defensa de la isla de Tenerife dependió de la labor de personas que, desde posiciones elevadas, alertaban de la llegada de navíos enemigos.

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José Sosa es atalayero. 

Vive en Las Casillas, una aldea de apenas veinte casas que se disponen a lo largo del camino que comunica el Valle de Igueste con la Punta de Anaga. A sus 45 años, suma muchas idas y venidas a lo largo de la senda hasta la atalaya, cargado con liña, banderas y "sebo" para los quehaceres propios de su labor.

De los ojos de José y sus compañeros de profesión, de las señas diurnas y nocturnas que él y otros atalayeros realicen, depende en buena medida la defensa de la isla de Tenerife en tiempos de guerra. Si aparecen navíos en el horizonte, los mensajes viajan entre las atalayas de Tafada, El Sabinal e Igueste, codificados en el parpadeo de las luces nocturnas, o en el ondear de los paños al viento, y hablan alto y claro para quien sabe interpretarlos: ¡que vienen los ingleses!.

Es entonces cuando las defensas de Santa Cruz tienen que estar alerta: 1779 está siendo un año convulso en los mares. Un episodio más en la lucha por el control de los océanos, en la que se baten las naciones más poderosas del globo. Un teatro del que José, quizá sin saberlo, forma parte

Para él se trata únicamente de un trabajo: un modo de llevar comida a su pequeño hogar de Las Casillas, donde viven su mujer, María Josefa, y sus siete hijos e hijas. Poco sabe él de las batallas navales, de las luchas de poder entre monarcas distantes, sobre las razones que llevan a las grandes potencias a librar sus guerras en ultramar. Pero son la razón principal por la que su oficio es necesario. 

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A sus honorarios como vigía se une lo poco que ganan su esposa y sus hijas hilando y cosiendo, así como lo que obtienen sus hijos del pastoreo de ganado de medias. Con todo ello, el alcalde de Taganana, José Matías, anota en el registro de la vivienda que la familia "pasa pobremente". Escaso premio para un modo de vida del que depende la seguridad de sus paisanos

Apenas dos décadas después, en 1797, los atalayeros de Anaga jugarán un importante papel en el intento de toma de Santa Cruz de Tenerife por parte de la escuadra británica de Horatio Nelson. Gracias a ellos, el General Gutiérrez ya los esperaba.