Motín en el vestuario

Una victoria pírrica es aquella que se consigue con muchas pérdidas en el bando vencedor, de modo que, con el tiempo, puede terminar siendo desfavorable para dicho bando.

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Una victoria pírrica es aquella que se consigue con muchas pérdidas en el bando vencedor, de modo que, con el tiempo, puede terminar siendo desfavorable para dicho bando. El rey Pirro da nombre al término, tras derrotar a los romanos en la batalla de Heraclea con el coste de miles de sus hombres. El 15 de octubre de 1961, el Tenerife obtuvo una victoria pírrica (2-1) ante el Valencia. El triunfo le costó el puesto al entrenador y al presidente, fracturó al vestuario, sacó a relucir las desavenencias existentes en la directiva y, con el tiempo, terminó por condenar al conjunto blanquiazul al descenso a Segunda División.

Ese domingo, en un Heliodoro abarrotado, el técnico local Ljubisa Brocic dispuso un esquema ultradefensivo para contener “a un equipo superior”, que tenía futbolistas sobresalientes como el eterno latreral Manuel Mestre, el uruguayo Héctor Núñez o el goleador brasileño Waldo. Y que estaba dirigido por una institución como Domingo Balmanya. Y aunque ese día Brocic apostó por un once coherente (Ñito; Colo, Correa, Álvaro; Villar, Borredá; Paquillo, Santos, José Juan, Padron y Beitia), ordenó a sus interiores Santos y Padrón que se retrasaran para aguardar en el área propia las acometidas del rival.

La táctica hizo que Padrón dejara enorme libertad al cerebro del Valencia, el brasileño Decio Recamán, jugador de exquisita técnica pero escasa rapidez, que al cuarto de hora adelantó a los visitantes al llegar libre al borde del área local. En el intermedio, con ventaja visitante visitante (0-1) en el marcador, sus compañeros recriminaron a Padrón su actitud pasiva. Y el centrocampista lagunero pidió explicaciones al técnico y le obligó a intervenir. “Usted siga jugando como yo le he ordenado”, dijo Brocic. Y entre murmullos de desaprobación, casi se genera un motín en un vestuario que añoraba la figura de Heriberto Herrera.

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José Antonio Plasencia.

El presidente, José Antonio Plasencia, que había bajado a la caseta local, en una práctica que no era extraña en la época, presenció la escena. Y aprovechando una visita de Brocic al servicio, lideró el motín con una orden taxativa a los jugadores: “Ustedes jueguen como saben hacerlo y no le hagan caso a este hombre [Brocic]”. Las instrucciones no parecían complejas ni llenas de sabiduría futbolística, pero lo cierto es que el Tenerife remontó el partido en la segunda mitad gracias a un disparo de Paquillo (57’) desde cerca del banderín de córner y a un remate de José Juan (69’) tras rechace de Goyo, portero del Valencia.

Y aunque Gardeazábal prolongó seis minutos el partido sin motivo aparente, la victoria final (2-1) sonrió a un Tenerife que ascendía hasta la duodécima plaza, fuera de la zona de descenso. Pero la felicidad duró poco y el incidente ocurrido en el descanso trajo nefastas consecuencias. Así, directivos enfrentados con el presidente exigieron que se apartara a Padrón y Villar. Al primero, por exigir a Brocic que explicara las órdenes. Y al segundo, por ser el capitán y no defender al técnico. Diez días después, la junta directiva aceptaba la renuncia de Brocic y permitía a Villar y Padrón volver a entrenar con el equipo, pero sin opciones de jugar.

Ya en noviembre, la Junta General de Compromisarios sometía a una reprobación a Plasencia Martínez, que salía adelante con 28 votos a favor y 22 en contra. Y aunque la consulta no era vinculante, el presidente buscó una salida airosa y dejó el cargo “por razones de salud”. Durante este caos, el Tenerife perdió cinco partidos seguidos y quedó condenado a Segunda División.