En el trabajo se disfruta más porque los jefes siempre se cogen este mes de permiso y los pelotas de turno las acompañan hasta en sus lugares de descanso, con lo cual uno se sentía mejor teniéndoles lejos, aunque en el periódico nos quedásemos Lepe, Lepijo y su hijo.
Por otro lado, no me gustan las playas llenas de gente y de gentuza, ni las aglomeraciones en los hoteles del Sur de las Islas, donde uno se encuentra, en este preferido por muchos mes vacacional, a muchos vecinos, amigos, conocidos y compañeros en el hotel de "descanso" y en las colas esperando servirse comida en el buffet del hotel.
A mí el mes de agosto me encantaba quedarme trabajando en un Santa Cruz sin tráfico apenas, con aire
acondicionado en mi despacho y descansando en mi casa, sin tener que soportar las colas de vehículos rumbo a Las Teresitas, cuando vivía en la zona de Tomé Cano en la capital tinerfeña, o tener que bajar a Bajamar o la Punta del Hidalgo cuando residía, como ahora, en La Laguna.
De hecho, aún hoy en día, ya libres los dos de compromisos y horarios laborales, mi mujer es poco partidaria de ir a la costa en agosto y prefiere bañarse a partir de septiembre, cuando los niños gritones y molestos --que te salpican cuando vas a entrar en la piscina-- empiecen las clases del nuevo curso escolar.
¡Benditos maestros y profesores!
El hecho, además, de coger las vacaciones cuando todos los compañeros regresan de ellas, produce una sensación orgásmica difícil de explicar, porque para ellos se les acabó lo bueno y se quedan en el tajo, precisamente cuando uno se empieza a olvidar del curro por un mes. ¡Casi nada, camarada!