Nos trasladamos al Parque Nacional del Teide. Nos hemos dejado en casa el DeLorean que utilizaba Marty McFly en "Regreso al Futuro", pero no nos hará falta. Tenemos una máquina del tiempo mucho más sencilla y barata: la luz.
Antes que nada, realicemos una breve introducción para aclarar conceptos.
La luz viaja a una velocidad finita, de en torno a 300.000 kilómetros por segundo. Esa velocidad le permite dar siete vueltas a nuestro planeta (que tiene una "cintura" de 40.000 kilómetros, más o menos), en un solo segundo: apenas lo que se tarda en dar un parpadeo. Por eso nos parece que se desplaza de forma instantánea.
Sin embargo, cuando miramos al cielo nocturno, las distancias son tan colosales que, incluso a esa descomunal velocidad, la luz tarda años en viajar de un punto a otro.
Esto trae consigo una enorme paradoja: ni uno solo de los objetos del cielo nocturno es posible verlo en tiempo real. Es decir, cuando posas tu mirada en un astro, jamás lo ves como es en el instante en que diriges tus ojos hacia él, sino como era cuando la luz que ahora ves partió de allí.
Ves la Luna, nuestro objeto más próximo, tal y como era hace 1 segundo y medio. Ves el Sol tal y como era hace 8 minutos. Ves Júpiter tal y como era hace 35 minutos. Ves Sirio, una de nuestras estrellas vecinas, tal y como era hace 8 años. Cada vez que miras al cielo viajas, literalmente, en el tiempo. Y a medida que tu mirada recorre el cielo, las distancias aumentan. Y el salto que das hacia el pasado es más y más grande.
Una vez realizado el preámbulo, mira esta fotografía, que tomé anoche en el Parque Nacional del Teide.
La luz que nos llega de B Com abandonó la superficie de esa estrella en 1988. La vemos tal y como era cuando comenzaba la temporada de fútbol 1988-1989, que se saldó con el ascenso del Tenerife de Benito Joanet a Primera División. De encontrarnos en este preciso momento orbitando B Com, si dispusiéramos de un telescopio fantástico que permitiera observar La Tierra con tal detalle que pudiésemos, incluso, ver el Heliodoro Rodríguez López, veríamos jugar a Guina, El Ghareff, Rommel y compañía.
Continuamos. La luz que nos llega de Diadema partió de allí en 1960. cuando asumía el cargo de alcalde de Santa Cruz de Tenerife el ingeniero pucelano Juan Amigó de Lara.
La que nos llega de Syrma data de alrededor de 1945, que para el mundo es el año del final de la Segunda Guerra Mundial y para Tenerife es, entre otras muchas cosas, el del inicio de la construcción del emblemático Hotel Mencey.
"Es el bosque más primitivo, salvaje y hermoso que hemos visto", decía en 1908 el científico Carl Schröter tras su excursión a pie por los montes de Anaga, que realizó en compañía de sus alumnos de la Escuela Politécnica de Zurich. Ese año, aproximadamente, partían de Videmiatrix, un sol a 110 años luz del nuestro, los fotones que hoy vemos como un puntito brillante.
Vemos Khambaliya (a 186 años luz) como era cuando el joven Charles Darwin se tuvo que quedar a bordo del Beagle, en 1832, sin poder cumplir su sueño de desembarcar en Tenerife.
Vemos Auva, a 198 años luz, como era en 1820, cuando Sabino Berthelot comenzó a explorar una isla que le robó el corazón, y que terminó convirtiendo en su casa, hasta su muerte. De encontrarnos hoy en la órbita de esta lejana estrella, el mágico telescopio del que hablábamos antes nos permitiría ver las peripecias que comenzaron a componer sus famosas Misceláneas.
Y vemos K.Vir como era en 1763, cuando el tinerfeño José Porlier, Capitán de Fragata de la Real Armada Española, murió defendiendo La Habana del ataque de los ingleses.
Y así, recorriendo el cielo con la mirada, con la Historia y la Astronomía entrelazadas, nos sumergimos en las aguas del pasado para conocer el Tenerife del ayer. Nos acabamos de convertir en Viajeros del tiempo.
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