La facilidad para acceder a información, incluso sin necesidad de buscarla ni de navegar en las profundidades de Internet, ahora solo con desbloquear el móvil, parecía brindar un visión al futuro junto a los avances tecnológicos. No obstante, se estableció la era de la sobreinformación. Mensajes, mensajes y más mensajes, entre los que la realidad y el mito se mezclan hasta el punto de la pérdida de la verdad.
Un claro ejemplo es la proliferación de informaciones pseudocientíficas, discursos racistas, homófobos y teorías conspirativas que han saltado de las redes sociales, a los podcasts y con ello a los medios de comunicación y programas de televisión. Este hecho ha encendido las alarmas entre el sector periodístico y la comunidad científica, que es una de las principales afectadas.
¿Todo vale? ¿Se trata de libertad de expresión? ¿Hay que ceder el espacio a todas las ‘opiniones’?
Desacreditar a la ciencia
Héctor Sosa, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y director del pódcast ‘Coffee Break: Señal y Ruido’ - una tertulia semanal en la que repasan las últimas noticias de la actualidad científica -, ha expresado su preocupación ante la creciente visibilidad de figuras que promueven discursos sin base científica en espacios informativos.
Según el científico, este fenómeno "no ayuda y perjudica mucho", al dificultar la tarea de comunicar la ciencia en una sociedad en la que los avances tecnológicos y científicos están cada vez más integrados en la vida cotidiana.
"Nos frustra que mientras a nosotros nos cuesta encontrar espacio en los medios, cualquier cantamañanas que promueve la astrología, el terraplanismo o remedios sin base científica tenga cabida en horario de mayor audiencia", declara Sosa. "Este tipo de circos desacreditan y menoscaban la divulgación científica".
Contenido superficial y sensacionalista
Sosa, añade, asimismo, que este auge de la pseudociencia en los medios de comunicación responde a una cuestión de impacto y sensacionalismo, pero también a un problema social más amplio. “No se restringe solo al ámbito científico, sino que en general vivimos en una sociedad donde ha habido una explosión de todo este contenido superficial, sensacionalista, clickbait, bulos…”.
La democratización de la información trajo consigo aspectos buenos, señala. “Ahora cualquiera puede decir cualquier cosa, tenemos la libertad de expresarnos y poder tener una audiencia global, pero viene también lo malo si no sabemos hacer eso con responsabilidad, pues corremos el riesgo de no saber distinguir el trigo de la paja, lo que es fiable y lo que son majaderías”, indica.
Esta evolución de la comunicación ha conducido “de un mundo en el que uno podía tener una cierta confianza en lo que llegaba por los medios de comunicación, a un mundo en el que de repente nos vemos inundados con ruido, mucho del cual es directamente falso o infundado”, añade.
Fallar como periodistas
Por su parte, Samuel Toledano, profesor e investigador de Periodismo en la Universidad de La Laguna (ULL), destaca la responsabilidad de los medios en la selección de fuentes y temáticas informativas.
"Muchos de estos medios no están haciendo periodismo real. Hay unos criterios deontológicos profesionales muy básicos que no se cumplen, todo por llegar a una audiencia y hacer negocio, fuera del objetivo de informar a la ciudadanía y sin nada que ver con el artículo 20 de la Constitución”, expone.
Y en estas circunstancias, según explica el experto, no se está respetando los criterios para seleccionar fuentes con cierto conocimiento o formación, sino que se está abriendo el abanico a todo tipo de personas, “fallando y faltando el respeto a la ciudadanía”. Y el mayor peligro es que no está sucediendo con políticos o ciudadanos, sino con debates científicos, resalta.
A debate
Según Toledano, el error de equiparar voces de expertos con promotores de desinformación es grave, pues “se están incluyendo en un debate público determinadas declaraciones que no deberían estar sujetas a debate”.
"En ciencia no hay dos partes. No podemos poner en el mismo plano a un científico con un terraplanista", así como “si alguien me debate que las personas negras son inferiores a las blancas, no hay debate posible. No puede haber debate posible con cuestiones de derechos humanos. Se confunde la libertad de expresión con todo vale. No todo vale”, sentencia.
Como científico, Sosa se suma a esta opinión de que los debates deben darse entre posturas equilibradas y sostiene que debatir con defensores de la pseudociencia no es recomendable porque les otorga una falsa legitimidad, al presentar sus ideas como si estuvieran en igualdad de condiciones con el conocimiento científico.
Además, advierte que estos encuentros pueden ser engañosos para la audiencia, ya que un buen orador, aunque defienda ideas erróneas, puede parecer más convincente por su carisma o habilidad comunicativa, lo que puede dar la impresión de que ha "ganado" el debate. Por ello, prefiere no participar en este tipo de programas, ya que su presencia solo les otorgaría credibilidad.
La necesidad de regular
El problema radica en la falta de regulación sobre los contenidos difundidos bajo el amparo de la libertad de expresión e información. Toledano advierte que, al igual que se regulan otros sectores como el alimentario, debería haber un control sobre la información que se presenta como noticia, evitando que se vendan bulos como si fueran hechos verificados.
"Se está permitiendo que informaciones falsas sobre salud o ciencia lleguen al público, lo que puede tener consecuencias peligrosas, como el rechazo a las vacunas o la promoción de terapias sin base científica", explica.
La comunidad científica insiste en la necesidad de fortalecer la divulgación y la alfabetización mediática. "Necesitamos mejorar nuestra comunicación y contar con mayor apoyo para que la divulgación sea reconocida como una labor fundamental dentro del ámbito académico", concluye Sosa.
Sin embargo, sin un cambio en el modelo periodístico y una mayor exigencia de rigor informativo, la batalla contra la desinformación seguirá siendo cuesta arriba.
