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Imagen de una zona de la isla de El Hierro / HOLA ISLAS CANARIAS

No lo sabías: esta es la isla de Canarias que fue una prisión sin muros y marcó una época en España

Todos conocemos la historia de Fuerteventura, pero hay otra isla de Canarias que sirvió durante más de un siglo como destino de destierro

A veces, el castigo no necesita barrotes. Hay lugares que cuya geografía impuso un aislamiento tan contundente como el hierro de una celda, sobre todo en los momentos más oscuros de la historia de España. Canarias —y una isla en concreto—, que ahora está lejos de este tipo de historias, fue elegida durante más de un siglo como destino de destierro. Allí no había muros, pero tampoco escapatoria. Solo silencio, soledad y la certeza de que, para el poder, habías dejado de existir.

Y no, no se trata de Fuerteventura —cuya historia represiva es bien conocida—, sino de otra isla, aún más remota, cuya historia ha sido casi borrada de la memoria colectiva.

El Hierro, isla de castigo

Durante los siglos XVIII, XIX y buena parte del XX, El Hierro fue utilizada como destino de destierro político. Su aislamiento geográfico, su escasa población y la falta de infraestructuras de comunicación la convertían en el escenario ideal para apartar a quienes resultaban incómodos para distintos regímenes.

Allí fueron enviados médicos, intelectuales y activistas, desde el reinado de Fernando VII hasta la dictadura franquista. Entre ellos, destaca el caso del doctor Leandro Pérez, desterrado en 1823, quien descubrió las propiedades curativas del Pozo de la Salud en Sabinosa, gracias al cual aún hoy se conserva su legado científico.

Una historia silenciada

El escritor satírico Félix Mejía, el maestro Florencio Sosa Acevedo o los profesores universitarios Íñigo Cavero y José Luis Ruiz-Navarro también pasaron por esta isla-prisión. Algunos lograron huir, otros siguieron luchando desde el exilio interior y muchos dejaron una huella profunda en la memoria herreña.

Paradójicamente, el castigo trajo consigo un flujo de conocimiento y pensamiento crítico que enriqueció a la población local. La llegada forzosa de figuras cultas permitió el intercambio de ideas y el acceso a saberes que de otro modo nunca habrían llegado a este pequeño y aislado rincón del mundo. 

Una prisión sin barrotes

El Hierro nunca fue una cárcel oficial, pero funcionó como tal. Su orografía volcánica, su lejanía y su silencio bastaron para convertirla en un mecanismo de control. Sin embargo, también fue un espacio de resistencia silenciosa, donde muchos encontraron refugio, solidaridad y dignidad.

Hoy, esa historia apenas se menciona en los libros de texto. Pero sigue viva, escrita en la piedra, en la voz de los mayores y en la memoria colectiva de una isla que fue testigo mudo del exilio interior de España.