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Casa Geno: homenaje a los fogones en los que nos dábamos homenajes

Después de 12 años, Teresa y Eugenio junto a sus hijos pusieron colofón a una etapa jalonada de trabajo duro y satisfacciones.


Teresa junto a su esposo Eugenio y sus hijos Iván (izq.) y David | SA


Chispea en Santa Cruz y persiste la llovizna hasta llegar al “recodo” de la gran rotonda de Icod –lugar muy querido por un servidor-, que me deriva a la autopista sentido a El Tanque y Santiago del Teide (¡qué buenas pateadas también allí!).

Esa carretera, que me hace pensar que estoy en tierras fecundas al resguardo de la vegetación y los pinares, con caseríos dispersos y multicolores, me va a llevar serpenteando a una zona imponente del Camino Llanito Perera.

Cuando salgo del coche percibo esa atmósfera que tanto me ha recordado a etapas del Camino de Santiago. Después del "homenaje", partí de Casa Geno por la noche y comprobé que desde allí también se divisaba “Compostela” (el Campo de las Estrellas).

Tenía esa “cosilla” del preámbulo antes de empezar el almuerzo; la Casa se presentaba tranquila, los grandes salones dispuestos para atender a los clientes (por vez última el pasado lunes). Se concretaba el fin de etapa después de 12 años de buena cocina y asados, ambas vertientes nacidas del corazón, del cariño y de la maestría en los fogones y en las brasas, como así expresan Teresa y Eugenio, el matrimonio que ha llevado las manijas de este reconocido sitio de condumios y vino, junto a sus hijos Iván y David, y el equipo de cocina y de atención en los comedores.

Un servidor se unió a la foto de familia | Salvador Aznar


En el pequeño “recibidor” de esa barrita que ni pintada para tomarse la cerveza fría o una cuarta sale a mi encuentro Iván Casimiro. A la sazón, este joven estudiante de Hecansa-Hotel Escuela de Santa Cruz fue el que resultó vencedor en el I Aula Heineken de Gastronomía, lo que le dio la credencial para vivir, en noviembre pasado, un “máster comprimido” entre los mejores chefs y restaurantes con estrellas Michelín de Tenerife. 

Breve y amistoso recibimiento porque lo que querían los anfitriones era que probara una selección de lo que han sido iconos de Casa Geno, no sin antes pasar por los dominios de Teresa y de Eugenio, cada uno concentrado en lo suyo.

12 años, pues. Era sábado y el lunes siguiente comenzaba otra etapa en la vida de los cuatro de familia. Tiempo en el que el proyecto, que nació de un "¡vamos allá!" entre los cuatro, dio mucho al municipio (y a la isla), “como nuestros clientes fueron fieles a nosotros”, asevera Eugenio mientras vigila y traslada piezas lustrosas de pollo, ternera y salchichas entre las ascuas candentes. Magnífico momento, fenomenal en la mesa con un vino blanco del maestro asador.

El fotógrafo Salvador Aznar se sumó a este hasta luego en el que -todo hay que decirlo- tampoco salía explícita esa pena-pena ante las expectativas de otra nueva fase de la vida. Y caramba, yo llegaba con hambre y a fe que me iba a colmar la secuencia que, por de pronto, se inició con el queso a la plancha acompañado por mojos y confituras.

Eugenio sigue a la faena, pendiente del carbón(luego tendremos nuestro premio en la mesa) junto a los vasos de vino del propio cosechero. Pero antes, Iván hace de enlace para sucesivamente invitarnos a disfrutar de unas mollejas de pollo, la ensalada reventona, croquetas de pescado y el escaldón.

Madre mía, qué digo: ¡un capitán escaldón! Con su costillita y demás pertrechos. “Es que aquí todo se hace con cariño, como si fuera para nosotros”, explica Teresa el porqué de que esa fuente sea el centro de las delicias.

Otro vaso de vino Salva; van y vienen las conversaciones. Claro, a Salva le puede cualquier enfoque y está siempre dispuesto a perseverar con la calidad de los encuadres. A veces hasta el límite de que se nos enfríe.

Vinito blanco de Eugenio | Salvador Aznar


Es cuando nos llega la gran bandeja con los cárnicos. Nos explicará luego Eugenio, insistiendo con lo de que “no vale cualquier carbón”, acerca de la calidad de las piezas: pollos seleccionados, el conejo de un proveedor de confianza de El Tanque. Por cierto, nos viene tal evidencia de cosas buenas que lo realza un poco más: los dos mojos que ha cultivado Casa Geno: el de Teresa, más mesurado y con un picante muy comedido, y el de Eugenio que, “chiassssssssss”: ¡sí que está rabioso! 


Una señora parrillada | Salvador Aznar


Nada que no disipe otro trago de ese vino rico. Por algo Icod es de los Vinos. Después del preceptivo popurrí de postres (qué finura la del quesillo) y del café, nos sentamos a la mesa y conversamos. Salva no pierde la oportunidad de retratar a la familia y es la imagen que ilustra este homenaje a una Casa icodense del buen comer.

 

¡Qué rico el quesillo! | Salvador Aznar


“Son muchas las sensaciones que pasan por la cabeza –reconoce Teresa-, perolos proyectos son sueños hechos realidad y llega el momento de la vida que hay que pasar página”. 

Seguimos de conversación. Los cuatro coinciden en que han sido afortunados y ambos hermanos consideran que más que haber dicho adiós se merece lo todas las vivencias un cálido ¡hasta pronto! No en balde, David tiene previsto seguir en la hostelería en el Puerto de la Cruz e Iván posiblemente acepte acudir a un “stage” de formación en cocina del País Vasco, más concretamente en San Sebastián.

Salen a la palestra jugosas anécdotas como las de un cliente que una vez quiso llevarse –sin permiso- una mata o la de aquellos que quisieron marcarse un “simpa” y uno de ellos quedó “invitado” a pagar la cuenta como freganchín… Al final tenía suficiente en la cartera para evitar el buen trabajo que le aguardaba…

Esto ha sido un trabajo laborioso, fuerte, sacrificado, pero hay buena sensación en la familia y todo el equipo: la satisfacción por todo lo bien hecho. También una conciliación con la tierra, el entorno, los vecinos, los clientes que llegan desde todos los puntos de la Islas.

Esas croquetas de pescado | Salvador Aznar


Foto de familia de Salva en ese feudo espacioso de la Cocina y una despedida en la que se intuye que tomaremos otros vinos con uno de esos escaldones de Teresa y el mojo picantoooooón de Eugenio. 

Hasta pronto, Casa Geno. Familia.