La música que no escuchamos por prejuicio también nos define. Esa es, a grandes rasgos, la tesis que defiende el crítico Carl Wilson en su ensayo Música de mierda, un libro que desmonta el elitismo del gusto cultural a través de un ejemplo provocador: Céline Dion. ¿Por qué despreciamos ciertos artistas aunque emocionen a millones de personas? ¿Qué dice ese desdén de nosotros? ¿Cuántas experiencias nos perdemos por no querer ver lo que creemos que no nos gusta?
La noche del jueves en el Estadio de Gran Canaria fue un ejemplo perfecto de todo lo que nos explica Wilson en su ácido ensayo. La primera jornada del Granca Live Fest trajo a la Isla a dos figuras internacionales: Jason Derulo y Will Smith. Derulo cantó, bailó, actuó y sedujo como un artistazo de estadio. Will Smith dio una lección de carisma, talento y presencia escénica que dejó a más de uno con la boca abierta al ritmo de clásicos como Gettin' Jiggy Wit It, Miami, Men in Black, Wild Wild West o The Fresh Prince of Bel Air. Sin embargo, el recinto apenas superó las 12.000 personas.
¿Qué pasó? ¿Por qué un festival con una producción impecable, artistas reconocidos y buena organización no llenó más de un tercio del aforo? Quizás la respuesta esté en ese mismo prejuicio del gusto del que habla Carl Wilson. Muchos deciden no ir porque concluyen que “esa música no es para mí”, sin detenerse a pensar si, en directo, ese artista podría emocionar, divertir o sorprender. Por que la música, después de todo, es ese ritual primitivo que nos une aún más a la tribu —y todo lo demás es el papel de regalo del envoltorio—.
Reconocimiento y respeto
Leo Mansito, impulsor del festival, ha apostado fuerte por consolidar en Gran Canaria un evento musical de nivel internacional. Ha traído a artistas como C. Tangana, Maluma, Rosalía, Black Eyed Peas, Maná, Estopa, Juanes, Cruz Cafuné o Robbie Williams y muchos más. En esta edición, repetir el reto en un contexto económico difícil, con tres jornadas consecutivas en un estadio, es algo que merece reconocimiento y respeto.
Quedarse en casa por puro esnobismo es fácil. Pero anoche, los que fueron vivieron un espectáculo de alto nivel, sin necesidad de justificarlo con etiquetas de “buena música” o “mal gusto”. Simplemente disfrutaron. Y eso, al final, también es cultura.
