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Detalle de uno de los paisajes de Juan Guerra que se exponen en la Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria

Juan Guerra en la Casa de Colón

Los originales paisajes del pintor grancanario estarán expuestos hasta el mes de septiembre en la sala de Vegueta

Juan Guerra camina por la calle ensimismado, mirando un poco más allá de lo que vemos, la luz reflejada en las jacarandas que estos días florecen por la ciudad, el horizonte del océano que aparece y desaparece en la distancia, las montañas lejanas o las hojas caídas en el asfalto, todo le vale a Juan para seguir pintando sin estar delante de un lienzo ni pergeñando ningún trazo, ya todo eso vendrá luego, cuando se confunda con los sueños, con los recuerdos y con lo que realmente quiera el pensamiento que perdure y que sea importante.

Me encuentro mucho con Juan entre las calles de Vegueta y de Triana, aunque últimamente lo veo menos porque se ha retirado a la orilla del mar, quizá para escuchar más cerca lo que nos cuenta el océano sin vocalizar ninguna palabra y lo que reflejan las aguas en esa utopía que nos sigue dejando ver lo que cada cual busca si aprende a encontrarlo. Pero Juan pinta luego lejos de lo que ve y de lo que contempla con esa atención de entomólogo que quiere seguir entendiendo lo que los demás observan sin presentir la alquimia que existe en cada objeto en el que fijamos la mirada. Pinta entre cuatro paredes, buscando en sus adentros y creando paisajes que solo existen en su imaginación, en lo que su pensamiento ha recreado a partir de lo que supuestamente tenía delante. Y entonces es cuando aparece el arte y el milagro, cuando se adentra en lugares que no había visto antes; pero que, sin embargo, queremos reconocer porque se parecen a muchos lugares que hemos transitado, sobre todo en los campos y en las costas, y también en ciudades que una vez visitamos y de las que mantenemos ese pequeño detalle como el que recrea Juan cada vez que pinta. 

El ser humano siempre es alguien pequeño en medio de la magnificencia de la naturaleza, de los grandes riscales, de las montañas o de los horizontes; pero desde esa pequeñez está creando un mundo nuevo con lo que sueña, porque de alguna manera ese hombre solitario en medio del paisaje es Juan cuando se adentra en los caminos y en las playas, y es el ser humano que transita entre barrancos que estaban hace millones de años y que seguirán estando cuando, a lo mejor, lo único que quede de los seres humanos sean las imágenes que hayan creado, esos cuadros de Juan Guerra, lo que no necesita máquina alguna para que tengan sentido, solo la observación, y la misma admiración con la que nos asomamos a la naturaleza.

Estos días podemos admirar buena parte de la obra de Juan Guerra en la Casa de Colón, y además lo podemos hacer estableciendo un diálogo con otros paisajes de otros creadores que también se acercaron a lo que miraron con los ojos que no se conforman con ser meros observadores de la belleza. La muestra, que ha estado coordinada por Ramón Gil y Francisco Javier Pueyo, cuenta además con la elección de un espacio y una iluminación en donde lo que fue  viendo Juan  mientras rebuscaba en su pensamiento se presenta como si ya estuviera predestinado al encuentro con esas paredes de Vegueta. Se pueden acercar hasta el mes de septiembre. Hay tiempo; pero una vez entren en las salas verán que el tiempo no es más que una entelequia, una añagaza sin asideros cuando miramos algunos cuadros. Todo se detiene y, al mismo tiempo, todo se pone en movimiento.