Pepe Dámaso (Agaete, 1933) es una de las voces más singulares y luminosas del arte en Canarias. Pintor, escultor, poeta, cineasta y creador total, su trayectoria se ha construido desde una identidad que él mismo ha definido como archipelágica, profundamente comprometida con la luz, la naturaleza y la espiritualidad de las Islas. La historia de ese camino vital empieza con una escena humilde y decisiva: la visita de un artista a la pensión que regentaba su padre en Agaete. Aquel hombre llegó con su caballete, sus lienzos y sus colores, y el joven Dámaso, todavía adolescente, descubrió de golpe un territorio que reconoció como propio. Fue el primer fogonazo de una vocación que lo acompañaría siempre.
Desde niño mostró una destreza natural para el dibujo y una sensibilidad precoz hacia la creación. En un entorno familiar no vinculado al arte, sus padres supieron leer esa inclinación y alentaron la curiosidad con la que iría trazando sus primeros pasos. En los años cuarenta y cincuenta, entre Agaete y Las Palmas de Gran Canaria, empezó a hacerse visible en pequeñas muestras colectivas que ya anunciaban el desbordamiento expresivo que caracterizaría su obra posterior.
Traslado a Madrid
En 1954 se trasladó a Madrid para cumplir con el servicio militar y continuar su formación en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos. Alternaba el aprendizaje académico con un trabajo paciente de copia de los grandes maestros, tratando de comprender, desde la práctica, la estructura íntima de los lenguajes pictóricos. Complementó estos estudios con dos años en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla, buscando una educación rigurosa que le permitiera explorar con libertad su impulso creativo. Aquella etapa en la Península marcaría un giro fundamental.
Es en esos años cuando conoce a César Manrique, un encuentro que terminaría convirtiéndose en una de las grandes amistades artísticas del siglo XX en Canarias. Ambos compartieron inquietudes, energía creativa y una visión profundamente conectada con las Islas. Manrique lo introdujo en los círculos más vanguardistas del Madrid de posguerra, y juntos representaron un puente entre la periferia atlántica y las corrientes creativas de la modernidad europea. A través de esa relación, Dámaso conocería a figuras de referencia y ampliaría su horizonte hasta París o Nueva York, sin perder jamás su centro emocional: Canarias.

Franquismo
La etapa madrileña de Dámaso coincidió con los años centrales del franquismo, un contexto que condicionó profundamente la vida cultural y social. El artista ha recordado en entrevistas que vivió su homosexualidad en plena dictadura, lo que implicaba habitar una identidad considerada delito y desviación moral por el régimen. En esas circunstancias, según ha contado, confesar a Manrique quién era formó parte de un ejercicio de sinceridad que él consideraba indispensable para cimentar una amistad verdadera. Es uno de los pocos testimonios directos en los que alude a cómo aquel clima político afectaba a su vida íntima.
No hay constancia de que sufriera represión institucional directa o censura explícita, pero sí ha señalado que ser artista en Canarias durante la dictadura “fue muy duro”, aludiendo al aislamiento cultural y a la dificultad para conectar con los circuitos artísticos del Estado. Ese aislamiento no fue exclusivo suyo, pero sí condicionó el desarrollo del arte contemporáneo en el Archipiélago y añadió complejidad a la trayectoria de un creador que siempre estuvo atento al intercambio cultural y a la modernidad.
Romper la insularidad
A lo largo de los años sesenta, su obra empezó a viajar tanto como él. Expuso en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz, en la Sala del Prado del Ateneo de Madrid y, más tarde, en ciudades como Copenhague, Venecia, Lisboa, París, Nueva York, Israel o La Habana. Su trabajo, como subrayaría el crítico Alfonso de la Torre, rompió el cinturón de la insularidad y convirtió su lenguaje en un diálogo internacional. Esa expansión convivió siempre con su necesidad de volver al origen, y por eso decidió instalarse definitivamente en Canarias, donde desarrolló la mayor parte de su producción.
La amistad con Manrique —cuarenta años compartidos entre Lanzarote y viajes que ampliaron su vocabulario creativo— influyó en la manera en que ambos comprendían el territorio. El paisaje, la identidad isleña, la luz, la tropicalidad y el mar generaron un vocabulario propio en la obra de Dámaso. Su visión de lo archipelágico no es meramente geográfica: es un sistema simbólico que conecta Canarias con África, con América y con todas las culturas que han desarrollado una relación espiritual con el océano. Esa mirada aparece tanto en sus pinturas como en sus esculturas, murales, collages y en su literatura.

Creador total
Artista polifacético, Dámaso decoró espacios públicos, diseñó escenografías, creó carteles para los carnavales de Las Palmas y Santa Cruz, y realizó obras de gran formato que hoy forman parte del imaginario visual del Archipiélago. También se adentró en el cine, un lenguaje que consideró esencial dentro de su concepto de creador total. Su relación con el audiovisual lo llevó a conocer a Luchino Visconti durante el rodaje de Muerte en Venecia, cuando el director italiano mostró entusiasmo por su pintura y adquirió algunas obras. Décadas después, su figura sería objeto de documentales como Vaho en el espejo, presentado en el Festival de Málaga en 2013.
A pesar de su conexión con las vanguardias, Dámaso nunca se alineó de forma estricta con ningún movimiento. Su obra es esencialmente figurativa, aunque en algunos momentos exploró la abstracción. Su libertad creativa le permitió integrar elementos de ambos lenguajes sin someterse a modas ni corrientes dominantes. Su enfoque siempre fue más profundo: para él, el arte debía tener un porqué, una meditación, un sentido interior.
El legado, la espiritualidad y el yoga
La transmisión del conocimiento ha sido también un eje importante en su vida. A lo largo de los años ha recibido en su casa a jóvenes artistas, estudiantes universitarios y autores de tesis que investigan su obra. Su hospitalidad —ampliamente reconocida— es parte de su carácter generoso.
En 2004 se creó la Fundación José Dámaso, y su casa en Agaete pasó a ser museo tras ser adquirida por el Cabildo de Gran Canaria. Su legado se ha expandido también hacia la espiritualidad. Su vínculo con el yoga y la meditación se intensificó especialmente en 2015, durante una estancia hospitalaria que dio origen a una serie de collages y poemas acrósticos que más tarde conformarían el libro Yoga. Tránsito espiritual (2022). La obra combina escritura, plástica y recorrido vital, y ha sido valorada como una síntesis madura de su pensamiento más íntimo.
Ese vínculo entre arte y salud lo llevó incluso a proponer un mural para una sala de radioterapia, conocido posteriormente como El ángel de la vida, una pieza concebida para acompañar emocionalmente a pacientes en tratamiento.

Referente imprescindible
A sus más de noventa años, Pepe Dámaso mantiene intacta su lucidez creativa y su compromiso con Canarias. Ha sido reconocido con honores como el Premio Canarias de las Bellas Artes (1996) y el doctorado honoris causa por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (2013). Fue director artístico del pabellón de Canarias en la Expo 92 y autor de obras emblemáticas instaladas en espacios públicos del Archipiélago.
Su vida demuestra que el arte puede nacer en una pensión de Agaete, viajar por el mundo y regresar siempre a casa, enriquecido por la experiencia pero fiel a su origen. Su obra —profundamente archipelágica, espiritual y comprometida— forma parte de la historia cultural de Canarias.

