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Quevedo, la generosidad y la cultura de los que vienen llegando

Los vi saltar, cantar, emocionarse y encender los móviles como nosotros encendíamos los mecheros

Llevaba meses diciendo que tenía que estar en el concierto de Quevedo en el Estadio de Gran Canaria. Le había regalado las entradas a mi hija de 13 años y tenía que acompañarla. Por eso estaba allí.

Hace un par de años, mi hija me acompañó al Auditorio Alfredo Kraus al último concierto de Serrat y aguantó las dos horas sin quejarse por no conocer las canciones. Creo que le gustó, por verme tan emocionado y por ver a la gente vibrar de una manera especial en aquel recital memorable. En mi casa no se queja de Bach, de los Beatles o de Jorge Drexler. Yo tampoco me quejo de la música que escucha, tan distinta y tan distante de la mía. Ella y sus amigas adoran a Quevedo, y nunca le agradeceré bastante a mi hija que terminara yendo a donde posiblemente no hubiera ido nunca de forma voluntaria.

Algo tiene el agua cuando la bendicen, y que el cantante grancanario esté donde está no es casual. Es un artista que sabe lo que se trae entre manos y que maneja de maravilla la puesta en escena y las emociones. Además, como casi todos los grandes, es un joven generoso que subió al escenario a muchos amigos de la isla a los que les ha dado un gran espaldarazo, consciente de su suerte, y de que cuando la vida reparte esa suerte, hay que saber ser agradecido y seguir repartiéndola entre todos los que están cerca. 

A lo Elton John

Esa tarde, cuando subía al estadio, jugaba la Unión Deportiva su último partido en Primera División; pero yo iba, como voy con mi hija cuando acudo al Gran Canaria, con la camiseta amarilla del equipillo. Y no solo yo, de las cuarenta mil personas que había en el estadio, más de la mitad iba con el color de la camiseta que vistieron Guedes, Tonono o Germán, que podrían ser los abuelos o los bisabuelos de casi todos los presentes. Yo creo que nadie ha hecho más por la imagen de la Unión Deportiva en los últimos años que este cantante. Si le sigue yendo bien y gana dinero, yo le invitaría a que comprara algún día la Unión Deportiva como hizo en su día Elton John con el Watford. Ha puesto de moda al equipillo de la tierra en todo el planeta, y su camiseta ya es un icono para las nuevas generaciones. Solo por eso, Quevedo merece un monumento.

Pero es que en ese concierto, además de invitar a sus amigos y de montar una puesta en escena espectacular, también nos regaló dos momentos inolvidables a los que estábamos en Siete Palmas. Subió a Los Gofiones al escenario y cantó con ellos Gran Canaria, el precioso tema de Manuel R. Melián, con todo el estadio acompañando a capella; pero es que luego dejó al grupo grancanario en el escenario interpretando Somos costeros, que es una letra del gran Pancho Guerra, y entonces la fiesta ya fue desbordante, arriando velas y pregonando sardinas frescas.

Yo, inmediatamente, hice un viaje al pasado y seguí el rastro de esas serendipias que nos va regalando la vida a medida que vamos cumpliendo años. Hace cuarenta años, cuando casi tenía la edad de mi hija, me escapé con unos amigos para ver al grupo Palmera en el Estadio Insular. Era el año 82 y había un mitin de Felipe González que cerraba el grupo tinerfeño que escuchábamos a todas horas. Pero recuerdo que la primera actuación fue de Los Gofiones, y nosotros, adolescentes y rockeros, como los de anoche adolescentes con una música que está a años luz de nuestro folclore, saltamos y cantamos el mismo Somos costeros que cantábamos cuando veíamos jugar a Las Palmas en aquellos campos de Segunda B de infausto recuerdo en mis años madrileños.

Otros tiempos, otra música

No es fácil congregar a cuarenta mil personas en un estadio en Gran Canaria. Quevedo lo logró y, además, supo llevar magistralmente el concierto buscando la emoción y llevando a la gente en volandas durante casi tres horas. Creo que no es flor de un día, y que irá creciendo cada vez más. Yo solo puedo alegrarme por haber tenido la suerte de vivir ese momento. Creo que él tampoco olvidará nunca esa noche.

Son otros tiempos, otras músicas, otras formas de entender el arte, y los que ya peinamos canas tenemos que entenderlo y que disfrutar lo bueno que puedan seguir aportando a la cultura. Así ha sido siempre; luego, dentro de cien o doscientos años, la historia hará la criba y elegirá a los que quedarán. Creo que ese no debe ser nuestro trabajo. Nosotros tenemos que seguir creando, cada cual con sus escuelas, sus influencias y sus originalidades, y para no envejecer hay que estar siempre atento a lo que hacen los que son como éramos nosotros hace cuarenta años.

Yo anoche me sentí joven en medio de quienes por edad podrían ser mis hijos. Los vi saltar, cantar, emocionarse y encender los móviles como nosotros encendíamos los mecheros. Fueron felices, y creo que eso es lo único importante en un mundo tan caótico y difícil como el que les estamos dejando. Ojalá lo hagan mejor que nosotros. La generosidad que anoche le vi a Quevedo en el escenario sí que es un brote verde de los que pueden hacer que todo esto cambie.