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Imagen de la Fuente del Espíritu Santo en Vegueta con las cuatro musas de yeso / FEDAC

El secreto que esconde la Fuente del Espíritu Santo: las musas que desaparecieron en Las Palmas

En el corazón de Vegueta, la fuente proyectada por Manuel Ponce de León fue testigo de un siglo y medio de historia, belleza y abandono. Cuatro figuras femeninas —símbolos del arte— desaparecieron tras una tormenta

Durante décadas, la Fuente del Espíritu Santo, en pleno corazón de Vegueta, Las Palmas de Gran Canaria, fue más que un simple punto de agua. Era un homenaje al arte, una composición en piedra, yeso y silencio que condensaba el espíritu de una época. Hoy, quienes se detienen frente a su templete cubierto no imaginan que, hace más de un siglo, cuatro figuras femeninas custodiaban su perímetro: símbolos de la Música, la Arquitectura, la Pintura y la Escultura.

Eran musas de yeso, frágiles pero majestuosas, obra del genio de Manuel Ponce de León y Falcón, el artista y urbanista grancanario que dio forma a algunos de los proyectos más emblemáticos del siglo XIX. Sin embargo, una tormenta feroz, a finales del XIX, las destruyó casi por completo. Desde entonces, la fuente —que fue orgullo del barrio y emblema del progreso— quedó huérfana de su esencia artística.

El legado de un creador

Manuel Ponce de León y Falcón (1812-1880) fue una de las figuras más destacadas de la arquitectura y el arte en Las Palmas de Gran Canaria. Aunque nunca obtuvo el título oficial de arquitecto, diseñó obras que marcaron el paisaje urbano: el Mercado de Vegueta, el Palacio Episcopal, la portada de la Alameda de Colón, el vestíbulo del Ayuntamiento o la Casa de los Tres Picos.

Entre 1867 y 1869, proyectó la Fuente del Espíritu Santo, levantada en la plaza homónima junto a la ermita del siglo XVII. El conjunto se completó con un templete de piedra que la convirtió en una de las pocas fuentes cubiertas de la arquitectura hispánica, admirada incluso por el político Fernando León y Castillo, quien reconoció que nunca había visto “otra igual”.

Su construcción se financió mediante una suscripción popular, símbolo del entusiasmo de una ciudad que avanzaba hacia la modernidad. A su alrededor, el jardín diseñado por el propio Ponce de León se convirtió en punto de encuentro y de orgullo ciudadano.

El agua y el paso del tiempo desfiguran la fuente de Espíritu Santo en Vegueta. / AH

Las figuras femeninas

Las cuatro estatuas de yeso fueron instaladas en torno al surtidor principal poco después de la inauguración. Cada una representaba una de las artes que inspiraban la obra del propio Ponce de León. Sin embargo, la intemperie y el paso del tiempo las castigaron duramente.

Una tormenta destructiva, poco antes del cambio de siglo, las desfiguró hasta convertirlas en sombras deformes. Durante años permanecieron allí, erosionadas y sin rasgos reconocibles. Los vecinos de Vegueta recordaban que, al caer la noche, las figuras parecían espectros. “Daban miedo”, se decía entonces, y finalmente se decidió retirarlas.

En los años noventa, se intentó devolverlas a la fuente con nuevas esculturas, pero las reproducciones no lograron integrarse con el diseño original. Fueron devueltas a su donante, y el espacio volvió a quedar vacío.

Un símbolo que resiste

La Fuente del Espíritu Santo fue también el kilómetro cero de la antigua red de aguas de Gran Canaria. Desde allí partía el sistema hidráulico que abastecía a la ciudad, haciendo del lugar un punto neurálgico de la vida urbana.

El conjunto, custodiado por un drago y una araucaria que simbolizan el hermanamiento entre Canarias y América, se alza frente a las Casas Consistoriales y junto a la Ermita del Espíritu Santo, construida en 1615. Todo ello conforma un enclave histórico que ha sido escenario de representaciones teatrales y del Vía Crucis del Santísimo Cristo del Buen Fin, uno de los actos más emblemáticos de la Semana Santa capitalina.

La fuente sin musas

Hoy, más de siglo y medio después, la fuente sigue en pie. El agua continúa fluyendo bajo el templete de piedra, pero las musas ya no están. Ni la tormenta ni el tiempo lograron borrar su recuerdo por completo: su ausencia se siente tanto como su antigua presencia.

En un barrio donde cada piedra cuenta una historia, la Fuente del Espíritu Santo es la memoria viva de una época en la que la belleza también podía desaparecer con la lluvia.