Las ondas marinas no terminan en ninguna parte. Tampoco acaba la espiral que va uniendo la vida con la muerte. No lo entendemos, por eso creamos, porque aunque pensemos que lo controlamos todo, no sabemos nada del origen del ser humano más allá de la ciencia limitada a la que puede llegar nuestro cerebro. Todo lo demás es misterio, y el misterio se vuelve arte para tratar de comprenderlo. El escultor Martín Chirino intuyó lo esencial de la existencia mirando el mar y asomándose al tiempo desde la materia que ideaba en su propio pensamiento, y en esa búsqueda trazó formas entre lo que sentía y lo que sabía que no llegaría a ver, o a entender, desde la limitación humana que solo encuentra salida en la playa del arte cuando se le cierran todas las fronteras al conocimiento.
Estos días podemos contemplar el hierro y la forja de esa búsqueda de Martín Chirino. Si se acercan al CAAM podrán rastrear el alma de quien fue buscando hasta el final de sus días el sentido de la vida a través de las formas, como mismo la buscaron las civilizaciones que no se conformaron solo con respirar o con ver pasar los días. Chirino quiso ser un hacedor, alguien que dejara obra, pistas de que pasó por aquí, como las dejaron esas civilizaciones a través de las manos de sus artistas. No lo hizo para darnos respuestas, sino para que pudiéramos seguir haciéndonos preguntas en donde termina la espiral, que realmente no termina en ninguna parte porque si te sumerges en ella te das cuenta de que todo es parte de un mismo sueño creativo, el remedo de un dios que fue dejando rastros para que nosotros nos siguiéramos orientando en los abismos.
Hace unos días, ese rastreo del viaje por el tiempo y por la obra de Chirino coincidieron en la Fundación de Arte y Pensamiento que lleva el nombre del artista grancanario. Allí, Anatol Yanowsky le dio vida a la abstracción de Chirino entre atavismos de luces, espirales, solsticios y ese movimiento del baile que, cuando coincide con los pasos del alma y de la música, logra que trascendamos, y que sigamos aprendiendo en la danza lo que la naturaleza y el tiempo nos enseñan cuando somos capaces de ver más allá de los espejismos. En esa recreación se contaba un viaje, sonaba Wagner, Silvia Plath cambiaba un destino con un poema y la voz de Martín le contaba al niño que soñó formas en Las Canteras que el camino había valido la pena, y que el trabajo de crear y de buscar más allá del horizonte había forjado nuevas formas, nuevas perspectivas, y también misteriosos resquicios en los que nosotros podemos seguir buscando más allá de la luz. Cada una de esas obras que podemos visitar estos días es un viaje hacia lo desconocido partiendo de la materia y del origen, del fuego, y también de la fragua con la que trató de dar forma al infinito.
