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Detalle de la portada del libro de Muñoz Molina editado por Seix Barral. / AH

El verano de Cervantes

La playa en la que cada cual tenga a salvo su paraíso siempre tendrá un libro que la salve. Nunca ganan ellos

Lean el último libro de Antonio Muñoz Molina. Se titula El verano de Cervantes. Para los que tenemos al Quijote como el gran libro de la literatura, el que nos cambió la vida y nos cambia cada vez que lo leemos, este texto de memoria, fascinación, sapiencia y generosidad que ha escrito el autor ubetense se convierte en un festín interminable, en un regalo que nos ayuda a ratificarnos todavía más en la grandeza de Cervantes y en la capacidad que tiene la literatura para sacarnos de lo cotidiano al mismo tiempo que nos ayuda a entender todo lo que tenemos delante, lo que no ha cambiado en varios siglos, la vulnerabilidad del ser humano, la grandeza o la utopía de sus sueños, las vidas que quieren abrirse paso en la aventura o en la espera, la escritura, el hallazgo de ese manuscrito de Cide Hamete Benengeli, y la vuelta, diez años más tarde, de ese otro Quijote de la segunda parte, más sabio, más sosegado; pero igual de confundido. Baudelaire escribía que el poeta es un albatros y se siente en su espacio solo cuando vuela alto, y que ya en tierra, sus grandes alas lo vuelven lento, trastabillado e incapaz de entender lo que la vida le pone delante. Así era Alonso Quijano, y así nos enseñó a transitar por esos cielos a los que solo se llega con la palabra.

Uno se imagina la existencia sin libros como el Quijote, y la sensación que queda es que la vida estaría huérfana, como si nos faltara un familiar cercano que nos fue enseñando lo que necesitábamos para poder transitar por esta selva cada día más enmarañada de la existencia diaria. Muñoz Molina recuerda el primer verano que leyó el Quijote, cuando no sabía que algún día sería Muñoz Molina el novelista, y también nos cuenta todos los veranos que lo ha leído, como quien regresa al paraíso de la infancia y lo encuentra como estaba cuando no despegaba un par de palmos del suelo. Ahora que regresamos a esos paraísos y los encontramos llenos de hoteles, de diques o construcciones aberrantes, uno se aferra cada vez más a los libros que leímos entonces, a los que nos enseñaron quizá lo más importante de lo que fuimos aprendiendo desde la imaginación, y desde esa reescritura que emprendemos cada vez que nos adentramos en una novela que nos regala la posibilidad de que seamos nosotros los que la escribamos a medida que la vamos leyendo, y de que cambie la percepción de esa historia a medida que nosotros vamos cambiando con el paso de los años. 

En el recorrido de este libro de verano también podemos reconocer el viaje por la autobiografía y por la literatura de Muñoz Molina, un escritor que sigue la senda de Cervantes y de Galdós, un hombre compasivo, que escribe desde la serenidad y la musicalidad de la palabra, y que va levantando argumentos como mismo nos enseñaron don Miguel y don Benito. Yo regreso a Cervantes y al Quijote cada vez más veces, abriendo páginas al azar, en el libro de papel y en el libro electrónico, que me permite llevarlo a todos los viajes para no olvidar el sentido del propio viaje, el camino de la aventura para seguir entendiendo, pero también para saber que el ser humano se parece en todas partes y en todos los tiempos, que cambian los ropajes y los conocimientos; pero que si se cuenta el alma y se rastrea en las circunstancias, los humanos de hoy son los mismos que encontraban Sancho y don Quijote por los campos de La Mancha, siempre en verano, como recuerda todo el rato Muñoz Molina, sin frío, cabalgando los caminos polvorientos, eternizando esta sensación que ahora comienza y que nos lleva siempre a la playa de Barcino antes de que aparezca el Caballero de la Blanca Luna echando abajo todos los ideales y los sueños. Esa playa, la playa en la que cada cual tenga su paraíso, siempre tendrá un libro que la salve. Nunca ganan ellos. Gana Cervantes.