Gran parte del motor económico del deporte no se ve en televisión ni en los medios de masas. Ocurre en silencio, fuera del foco mediático, pero profundamente arraigado en la vida diaria. Porque el deporte —y, más ampliamente, la actividad física— ha transformado la sociedad española en las últimas décadas.
Según el estudio ‘La práctica deportiva en la sociedad española. Pautas, tendencias y evolución reciente’, realizado en diciembre de 2024 por Ramón Llopis, sociólogo de la Universidad de Valencia, para Funcas, la Fundación de las Cajas de Ahorros, en 1980 solo el 25% de la población española mayor de 15 años practicaba deporte. Esta cifra aumentó al 39,9% en 2010 y alcanzó el 47,9% en 2024, evidenciando un crecimiento lento pero constante. Además, en 2024, el 70,3% de quienes practican deporte lo hacen tres o más veces por semana, frente al 55,8% en 2010, lo que indica una consolidación del deporte como hábito regular.
Otros datos interesantes de este estudio: la diferencia en la práctica deportiva entre hombres y mujeres se ha reducido significativamente, pasando de 18 puntos porcentuales en 2010 a 5,1 puntos en 2024. También que existe una correlación positiva sensible entre el nivel de ingresos y educativo con la práctica deportiva. O el auge en actividades orientadas al bienestar y la salud, como la gimnasia y el fitness, en detrimento de los deportes tradicionales federados y más competitivos. Por último, y según el Eurobarómetro de 2022, el 41,7% de la población española practica deporte semanalmente, situándose ligeramente por encima del promedio de la Unión Europea.
Como no podía ser de otra manera, todas estas cuestiones afectan a los diferentes rangos de edad dentro del núcleo familiar. Y también a las niñas y niños. La actividad académica mantiene una enorme importancia, como preparación para la mejor vida profesional posible con posterioridad. Pero hoy casi nadie duda de la suma relevancia que en ese camino juega el cuerpo y la actividad con él desarrollada. Si a esto sumamos la conciliación laboral, familiar y personal, el resultado no puede ser otro: los campamentos de verano.
Este cambio de hábitos ha generado no solo nuevos estilos de vida, sino también una economía paralela basada en el deporte cotidiano, en iniciativas de barrio, familiares y sostenibles. Como los campus de verano, que combinan conciliación, educación y disfrute.

Vacaciones entre olas
En el corazón de Guanarteme, donde las olas de La Cícer son parte del día a día, Ainhoa Gutiérrez y José Miguel Cabrera Martín llevan más de catorce años impulsando el campus de verano de la Academia 3RJ Surf Time, en la calle Lepanto, justo debajo de la plaza del Pilar. Su escuela es, sin duda, una de las veteranas en la playa. “Todos empezamos más o menos al mismo tiempo, pero nosotros siempre apostamos por trabajar con los más pequeñitos. Eso nos hizo distintos desde el principio”, explica Ainhoa.
El campus, que funciona durante 10 semanas -desde que acaba el colegio en junio hasta que vuelve en septiembre-, mantiene un formato casi artesanal: 24 plazas por semana, con una metodología basada en la cercanía, la seguridad y el aprendizaje a través del juego. “El mes de julio es claramente por necesidad: madres y padres que trabajan y necesitan ese apoyo. En agosto, en cambio, las familias lo ven más como ocio. Muchos padres se quedan en la playa mientras los niños están con nosotros”, relata la responsable.
Piedra angular de las cuentas anuales
Para Ainhoa Gutiérrez, el verano es mucho más que una temporada alta: es la piedra angular de todo el año. “Es lo que permite la supervivencia de la escuela. Si no tienes un buen verano, una escuela pequeña y familiar como esta no puede sostenerse. Triplicamos plantilla, ampliamos materiales, gestionamos autorizaciones, reforzamos seguros… Es una locura, de 9.00 a 21.00 h, pero también lo más bonito que hacemos”, cuenta orgullosa.
La plantilla crece de forma proporcional a la responsabilidad: de tres personas durante el año, pasan a ocho o nueve en verano. Se suman monitores especializados, estudiantes de ciclos de animación sociodeportiva o educación infantil, y perfiles seleccionados con especial sensibilidad para tratar con niños pequeños. “Siempre cuento con una monitora joven que sepa cuidar, acompañar y entender a los más pequeños. Es fundamental en nuestro modelo”, relata.
El campus ( surfacademy3rj@hotmail.com ) tiene un precio de 195 euros por una semana, con descuentos en las siguientes y también por hermano. Y no es solo surf. Combina actividades como skate, snorkel, escalada, teatro o artes marciales, a veces de forma rotatoria y según disponibilidad. “En el barrio ya no quedan muchas empresas para colaborar, así que este año lo gestionaremos todo desde dentro. Aprovecharemos lo que tenemos: el muro Marrero, la marea, las canchas… y sobre todo, la playa”.
A lo largo del verano, llegan a pasar por sus manos más de 200 niños. Algunos repiten cada semana, otros alternan quincenas, y hay quien pasa los dos meses enteros con ellos. “Muchos niños y niñas que vienen al campus luego se quedan durante el curso en las extraescolares. Se sienten parte. Han crecido con nosotros”, cuenta Ainhoa, para quien la escuela es más que un trabajo: es una extensión del barrio. “La clave está en que la gente confía en ti. Conocemos a las familias, a los abuelos, a los hermanos. Y eso no se compra con publicidad: se construye verano a verano, ola a ola”.

Tenis y mucho más en otro entorno fantástico
En un escenario diferente, el entorno rural de Tafira, alejado del bullicio del centro de Las Palmas de Gran Canaria, el colegio Juan Ramón Jiménez acoge desde hace cuatro años un campus de verano gestionado con mimo por Queila Díaz-Bertrana Arencibia y su equipo de ‘Tenis en el cole’, con quien ofrece clases en distintos centros educativos durante todo el curso.
La propuesta estival nació casi por necesidad. “El director del cole me dijo que hacía años que no acogían ningún campus y que si me animaba”, detalla Queila, a la que el buen trato y el entendimiento con las y los menores parecen nacerle de forma natural. Lo que comenzó como una prueba ha terminado consolidándose como una alternativa sólida, con identidad propia. “Yo había trabajado ya en otros campus, en La Pardilla, en El Cortijo, el de Conde Jackson… y quise hacer algo muy lúdico, muy de toda la vida. Juegos, deporte, aire libre, sin pantallas ni clases”.
El campus apuesta por una programación variada y transversal: además de mucha y muy divertida raqueta, incluye actividades al aire libre como piscina móvil, excursiones o talleres de manualidades. Gimnasia, comba, juegos tradicionales, fútbol, ajedrez son otras alternativas. “Todo lo que nos divertía cuando éramos niños. El enfoque es que se lo pasen bien. Al principio muchos vienen por necesidad —porque los padres trabajan—, pero luego no quieren irse”.
Una de las claves del modelo es su vocación por cubrir todas las edades: desde los tres hasta los trece años, y eso “exige una preparación especial, porque hay que tener actividades para todos los niveles, con monitores específicos para cada grupo. No es lo mismo diseñar juegos para infantil que para un grupo de preadolescentes”.
Equilibrio económico
El campus tiene, además, una importancia vital en el equilibrio económico de los autónomos que lo gestionan. “Cuando termina el cole en junio, se detienen nuestros ingresos hasta octubre. Si no fuera por el campus, estaríamos tres meses sin cobrar. Nadie aguanta eso con una hipoteca o un coche por pagar”, aclara.
Su campus ( tenisenelcolecorreo@gmail.com ) tiene un precio de 160 euros por semana, que va bajando si se contrata más de una. También tiene rebaja por hermanos y el comedor se paga aparte. Ofrecen acogida temprana desde las 7.30 h y recogida tardía hasta las 15.30 h.
El trabajo es intenso. “Nosotros hacemos todo: gestionamos el alquiler con el cole, contratamos al catering —usamos el mismo que el del centro durante el curso—, planificamos las actividades, servimos la comida, recogemos, limpiamos… No es solo poner juegos y ya. Es una jornada completa, de seis semanas a tope”.
Pese al esfuerzo, Queila no duda del valor de lo que hacen: “El campus no es solo una solución para los padres: es también una oportunidad para los niños de vivir un verano distinto, sin exigencias escolares, con libertad, deporte, risa y vínculo humano. Muchos niños repiten, y eso es una buena señal”.
Iniciativas como las de Ainhoa y Queila demuestran que el deporte, lejos de los focos, sigue siendo una herramienta de transformación social, comunitaria y personal. Un verano puede cambiar muchas cosas. Especialmente cuando se vive entre olas, juegos, confianza y atención. Pero además, estas iniciativas empresariales son un pilar invisible de la economía local: generan empleo, activan recursos del entorno, ofrecen soluciones reales a las familias y mantienen vivo el tejido social.