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'Dimenticare', 'scordare' y la UD Las Palmas de Ramírez. / FARRUQO

'Dimenticare', 'scordare' y la UD Las Palmas de Ramírez

La fidelidad a un club con pasado glorioso y presente cuestionado se sostiene porque los aficionados prefieren olvidar los abusos antes que dejar de querer, pero todo tiene un límite. Haría mal el propietario en pasar por alto ese detalle

El lenguaje tiene soluciones para casi todo. Vale cualquier idioma para encontrar un atajo por el que encontrar la palabra adecuada para contar una historia. Los italoparlantes, por ejemplo, tienen en su vocabulario dos verbos que explican una particularidad muy humana: la de olvidar. Sin embargo, aunque se consideran sinónimos, no significan lo mismo: dimenticare, que procede del latín de-menticare, expresa "alejar de la mente"; en cambio, scordare deriva de ex-cordis, que implica "sacar del corazón". El primero, en definitiva, apunta al ámbito racional y el otro está más conectado con lo emocional.

Esa divergencia entre dimenticare y scordare sirve para explicar a la Unión Deportiva Las Palmas de Miguel Ángel Ramírez. ¿Cómo, si no, un aficionado puede permanecer fiel al lado de un equipo de fútbol que durante los últimos 20 años ha dado tan pocas alegrías que se pueden contar con los dedos de una mano? ¿Cómo se puede convivir con ilusión apegado a un club donde la gestión del principal negocio —el fútbol— se rige por el único criterio del lucro personal? ¿Cómo se puede soportar tanta soberbia de vuelta cuando se exige honor al escudo? Porque la parroquia amarilla ha optado por alejar de la mente —dimenticare— tanto abuso antes que el aceptar sacar del corazón —scordare— al gran amor futbolero. No hay más.

Miguel Ángel Ramírez, presidente de la UD Las Palmas, en una rueda de prensa reciente. / ELVIRA URQUIJO A-EFE

Una vieja leyenda

Lo explicaba muy bien hace unos días Santiago Gil en este periódico. La UD Las Palmas de la que muchos se enamoraron —por juego, por sus mitos (Guedes, Tonono, León, Germán, Castellano, Brindisi, Carnevali...), por su elegancia—, esa UD Las Palmas que heredamos los que llegamos después, la UD Las Palmas que se ha transmitido de generación en generación como un tesoro a proteger y cuidar, ya no existe. Todo eso es un sueño, un suspiro con forma de escudo que se esfuma cada vez que Ramírez habla. Eso ha desaparecido, poco a poco, delante de nuestras narices sin que nosotros, los centinales de ese recuerdo, mostráramos mucha resistencia. Se fraguó en 1992, se enraizó en 1996 y se nos escapó en 2004. Y todo eso pasó delante de nuestras narices.

De poco sirve gritar "Ramírez vete ya". Tiene tanto sentido como plantarse delante de un Zara y pedir la dimisión de Amancio Ortega porque ya no vende pantalones de nuestra talla. La UD Las Palmas ya no es aquella vieja leyenda de cinco equipos que se unieron alrededor de una causa común; la Unión Deportiva es una Sociedad Anónima Deportiva, con su propietario, y nosotros somo sus clientes. Esa es la relación. Hay que aceptar la realidad —incluidas, también, las derrotas que nos inflige—.

La UD Las Palmas no se tiene en pie. En la imagen, McBurnie se deja caer en el área. / ÁNGEL MEDINA G.-EFE

El entorno

Pero haría mal, en su altanería, Ramírez en pensar que va a ganar siempre —aunque sea imbatible en los juzgados—. Los clientes, un día, hartos de encontrarse con la misma mosca en la sopa, optarán por dejar de ir al chiringuito. Ojalá haya valentía en el entorno para que algo cambie en la UD Las Palmas y ninguno de sus aficionados se vea en la tesitura de sacar del corazón —scordare— a su equipo después de alejarlo de la mente —dimenticare—. Eso sería letal.