Diego Martínez se irá pronto. Es cuestión de días, además. Se marchará sin entender lo que es la Unión Deportiva Las Palmas y sin mostrar muchas ganas de querer conocer lo que significa este club. No exagero; tiene base probada lo que digo: basta con ver jugar al equipo o escuchar al entrenador en rueda de prensa. A esta UD Las Palmas no la conoce ni la madre que la parió. El fútbol tan lamentable que despliega el equipo —con el patapum p’alante como recurso habitual y el caos como estado natural en defensa— junto a las declaraciones del técnico gallego cargadas de soberbia —empeñado en ilustrarnos como si fuésemos los habitantes de la última colonia— demuestran que ha caído en la isla como un paracaidista detrás de las líneas enemigas: sin tener puñetera idea de dónde está y a dónde debe ir. La combinación es peor que despertar en un lugar desconocido, en mala compañía, con la cartera vacía y con una resaca descomunal.
Con todo, pase lo que pase al cierre del curso —con la UD Las Palmas en Primera División o con la pena de otro descenso a Segunda División sobre la moral de la afición—, no será responsabilidad única de Diego Martínez. Las cosas, como son. No hace falta ser un lince para saber qué se cuece dentro de un club donde la profesionalidad anda muy lejos de unos niveles mínimos de exigencia en unas cuantas áreas de trabajo. Para no marearle, estimado lector, basta con repasar la planificación deportiva de un equipo que se ha permitido el lujo de mandar a la grada a Valles, que no hizo un esfuerzo por retener a Sergi Cardona, que antepuso hacer negocio con Coco que convertirlo en uno de los pilares de su proyecto, que con García Pimienta tropezó en la misma piedra con la que se chocó el día que dejó marchar a Setién, que es incapaz de fichar laterales competentes, que no afianza a un canterano en su primera plantilla desde hace mucho, mucho, mucho tiempo y en el que el mérito acumulado para fichar a delanteros como Andone o Mata es ser el yerno del accionista mayoritario de la empresa.

¿Presión?
Miguel Ángel Ramírez y Luis Helguera, llegado el momento, tendrán que asumir la responsabilidad de este disparate, despropósito en el que también figura la elección y continuidad —durante las últimas semanas de competición— de Diego Martínez, un tribunero que se ha empeñado —en cada comparecencia pública— en construir a su medida un enemigo en la prensa y el entorno, una guerra que jamás ha existido. Atrevida es la ignorancia. Diego Martínez no habría aguantado en pie ni medio asalto frente a la presión que soportaron por aquí entrenadores como Miguel Muñoz, Paquito García, Sergio Kresic, Pacuco Rosales, Iñaki Sáez, García Remón, Juan Manuel Rodríguez, Paco Herrera o Paco Jémez.
En medio de esa supuesta batalla épica que sólo existe en su cabeza —como figura en cualquier buen manual de populismo futbolero—, Diego Martínez ha empleado como escudo una posición de superioridad sobre el conocimiento del juego. Jamás se me ocurriría, faltaría más, debatir con el técnico gallego y su staff sobre el bloque bajo, el bloque alto, la presión sobre salida de balón del contrario y demás términos con los que ahora nos pintan el juego. Pero sí reconozco que cada vez que el entrenador, para explicar una de sus decisiones —como despreciar a un futbolista como Januzaj— se parapeta en una frase hecha como “los que saben de fútbol entienden por qué hacemos esto o lo otro”, sus palabras me sientan como una patada en el arco del triunfo —o en el bajo vientre, elija usted la opción que más le guste—.

Hasta en Segunda B
Entiendo que para alguien que nació a miles de kilómetros de aquí es lógico, tentador y hasta normal pensar que un equipo que en los últimos 30 años sólo ha disputado siete temporadas en Primera División, como nuestra querida UD Las Palmas, arrastra a una prensa y una afición que no tienen puta idea de fútbol y que han visto a más tuercebotas que a primadonnas. El propio fútbol, sin embargo, sirve para despejar —con un patadón de esos que le gustan a nuestro entrenador— semejante disparate.
Por aquí han desfilado futbolistas como Guedes, Tonono, Mamé León, Paco Castellano, Germán, Brindisi, Carnevali —que no Carnavali—, Pepe Juan, Felipe, Félix, Valerón, Ángel López, Jonathan Viera, Vitolo o Boateng… Todos esos son los fáciles de enumerar, pero hasta cualquier once en Segunda B con Víctor Afonso, Alexis Suárez, Paquito Ortiz, Socorro, Orlando o Robaina tenía más fútbol que la Unión Deportiva de Diego Martínez.

El problema
El problema de Diego Martínez no es ni la prensa, ni la negatividad del entorno. El problema de Diego Martínez es que su UD Las Palmas juega rematadamente mal, fatal, y no gana. Es peor que un dolor de muelas. Y eso que afirmo es una sensación mayoritaria entre la afición que, por mucho que se empeñe el técnico en buscar fuera eruditos del juego para justificarse y evangelizarnos, es gente que sabe de fútbol.
Para lo que queda de temporada, además de mejorar el juego y ganar partidos, estaría bien que Diego Martínez dejara de sonar en cada rueda de prensa como el doctor Bacterio, el científico que creó Ibañez para acompañar a Mortadelo y Filemón en sus aventuras como agentes de la TIA, que era incapaz de lograr que alguno de sus inventos funcionara y que siempre culpaba a los demás de su enorme inutilidad.
Menos mal que esta noche la UD Las Palmas ganará al Rayo Vallecano. En Miguel Ángel Ramírez, de aquí a hasta final de campaña, confío. Al César, lo que es del César.