Basta con repasar, uno por uno, los nombres que componen la plantilla de la Unión Deportiva Las Palmas para entender qué le pasa al equipo amarillo. El fútbol, por mucho ruido que le acompañe, es de los futbolistas y el día que llegamos a entender esa evidencia —casi científica— por fin comprendemos que la pelota pocas veces miente: a esto, pese a todo el perfume romántico que fumiga el juego, casi siempre gana el que acumula más talento, más calidad, más fuerza, más pegada, más gol, más desborde, más capacidad física. Básicamente, el que tiene más y mejores futbolistas buenos.
Si tenemos meridianamente claro todo eso podemos asumir que la UD Las Palmas va con lo justo esta campaña para competir con ciertas garantías en Primera División. Está famélica atrás, en el centro del campo nadie da orden ni sentido al juego y en ataque hay delanteros con más tarjetas que goles. Un drama, pero ninguna sorpresa. El equipo, de un año a otro, ha empeorado línea por línea. Basta con repasar una alineación de la temporada pasada para sostener esa idea. Hace 12 meses, por ejemplo, en su retaguardia jugaban juntos Valles, Julián Araujo, Coco y Sergi Cardona. Hoy la defensa es un coladero.

Una SAD
En esta UD Las Palmas, por lo que todos sabemos, la prioridad no es el fútbol. El dinero está para alimentar cocodrilos, no para ponerlo sobre el terreno de juego. Así se gestiona esta empresa y poco hay que objetar. En realidad, para todos los que formamos la parroquia amarilla, sólo hay dos salidas: aceptar o no el servicio que se nos ofrece como clientes, algo difícil de asumir cuando lo que nos liga a este club está vinculado a algo tan irracional como la pasión por un escudo/símbolo. Esto no es un restaurante al que no vuelves porque te han tratado mal y la comida que te han servido estaba en mal estado.
Todo lo anterior me lo repito, tal vez para convencerme a mí mismo de algo o para encontrar un cabo que me mantenga amarrado a este club, cada vez que voy al Estadio de Gran Canaria o me pongo delante de la televisión para ver un partido de esta UD Las Palmas. Sobre todo porque este año, de momento, la liturgia de acompañar al equipo amarillo tiene más de dolor de muelas que de recuperación semanal de la infancia —como describió Javier Marías a este juego—.

McBurnie y Januzaj
Así que a veces, como me ocurrió el pasado viernes contra el Deportivo Alavés, ante semejante disparate, para evadirme de la triste realidad del equipo y generar dopamina en mi cerebro, me pongo a imaginar cómo le explicaría algo tan desolador a una persona a la que el devenir de la UD Las Palmas le interese tanto como a mí la cría en cautividad del petauro. Tal vez por eso, en un momento dado, casi al final del encuentro, con Oli McBurnie y Adnan Januzaj sobre el terreno de juego, se me vino a la cabeza la película No me chilles que no te veo.
Ese filme ochentero, una comedia que tuvo cierto tirón en taquilla, contaba las peripecias de un ciego y de un sordo que eran testigos de un atraco. Entre ambos personajes, interpretados por Richard Pryor y Gene Wilder, se complementaban para no acabar liquidados por los ladrones y para despejar las dudas que un detective bastante torpe tenía sobre la supuesta implicación de los dos protagonistas de la historia en el delito. Recordé esa capacidad para suplementar la carencia del otro al ver como McBurnie pone todo su corazón pero el talento no le da y al comprobar que la calidad de Januzaj compensa su apatía.

¿Los mejores?
Con todo, pese a sus limitaciones, cuando McBurnie y Janzuaj están en el campo suelen pasar cosas que mejoran el desastre elaborado por Luis Helguera —con las limitaciones impuestas, eso sí, por la propiedad—. La calidad de uno completa el esfuerzo del otro y esa combinación sube un punto el nivel colectivo. Eso debería tenerlo claro Diego Martínez, porque es ahí, precisamente, donde se ve la valía de un entrenador: en su capacidad para sacar la mejor versión de todos sus jugadores. Setién o García Pimienta fueron capaces de gestionar con cierto éxito proyectos marcados por la racanería.
A Martínez, empeñado desde el minuto uno en explicarnos qué es el fútbol en cada una de sus comparecencias —pecado habitual entre el gremio—, más le valdría poner lo mejor que tiene sobre el terreno de juego y probar con otras fórmulas —¿el ostracismo de Loiodice en un equipo que no juega a nadie me lo podría explicar alguien?—. Acumula 10 jornadas consecutivas sin ganar, sin jugar a nada y sin muchos apoyos en el vestuario. Insistir por el mismo camino es no querer escuchar y no querer ver; mala mezcla que suele acabar en drama, no en comedia.