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El mago que fue cumpliendo sueños

David Silva tuvo la humildad del aprendiz, la paciencia del sabio y el arrojo del más osado

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Silva celebra el 1 0, obra suya, en la final de la Eurocopa 2012 contra Italia. / EFE

No sólo es ganar. Ganar a veces es lo de menos. También alcanza el olvido a la victoria. Lo importante es cómo se gana y cómo se llega, pero, una vez se llega, no todo el mundo sabe mantenerse. David Silva se retira con treinta y siete años forzado por una lesión, pero desde un primer momento tuvo la humildad del aprendiz, la paciencia del sabio y el arrojo del más osado. Sólo me queda la pena de que no llegara a jugar con la Unión Deportiva Las Palmas, aunque los canarios, cuando reconocemos en un jugador de nuestra tierra el toque, la técnica y el carácter ya somos de ese jugador juegue donde juegue. Fui del Éibar, del Celta, del Valencia, del Manchester City y de la Real Sociedad mientras Silva jugó en esos equipos. Y, por supuesto, sentí más cerca la mejor selección española de la historia viendo a un jugador de Arguineguín sin el que no se podía entender aquel juego de toque, técnica exquisita y espíritu ganador. El día de la semifinal contra Rusia en la Eurocopa de 2008, creo que se jugó la mejor segunda parte que he visto jamás de la selección, y en ese partido Silva fue uno de los jugadores más destacados, autor de uno de los goles y socio de lujo de Xavi, Iniesta y compañía en el combinado de Luis Aragonés.

Si alguien me cuenta hace veinte años que un canario iba a ser nombrado uno de los más grandes jugadores en la primera división inglesa, mago para casi todos, decisivo para su equipo, no me lo hubiera creído fácilmente; pero Silva es un mito en el lugar en donde se inventó el fútbol y en donde todavía palpita con un aire  casi sacro en las gradas y en el ambiente. Varias ligas y copas inglesas, y partidos inolvidables en los campos más importantes. Casi nunca perdía el balón y daba el pase preciso en cada momento del partido, tenía la garra que quizá le faltó a otros grandes del fútbol canario y contaba con un gen competitivo que le hacía vivir cada encuentro como si fuera el último. No fue nunca uno de esos semidioses altaneros que creen que tienen que ser el centro del universo por darle patadas al balón. Silva fue discreto, nada divo y regular y constante en esa disciplina diaria sin la que no se puede entender el éxito. Hemos tenido suerte quienes le hemos visto en tantos partidos inolvidables. Él se marcha dando las gracias y nosotros se las redoblamos y se las multiplicamos. Ha hecho feliz a mucha gente en muchas partes.

Silva intenta chutar a puerta ante la oposición de Barzagli y Bonucci. / EFE

Campeón del Mundo y dos veces campeón de Europa. Eso tampoco entraba fácilmente en los sueños de quienes veíamos como, una y otra vez, España no pasaba de los cuartos de final de ninguna gran competición mundial, o nos lamentábamos por el gol fallido de Cardeñosa ante Brasil, por el penalti de Eloy ante Bélgica o por el codazo de Tassotti a Luis Enrique frente a Italia. David Silva, aquel niño que buscaba los balones en los entrenamientos del Arguineguín siguiendo la estela de Juan Carlos Valerón, será cada día más legendario y más grandioso. Irá creciendo el mito a medida que lo vayamos contando. Es una pena no poder verlo más en el terreno de juego; pero todo en la vida tiene su momento. Ahora llega el tiempo de la memoria, lo que realmente cuenta cuando se apagan los focos y se enciende la épica de todo lo que contribuyó a que ya sea una leyenda .