¿Qué es el fútbol?

Contracrónica // El CD Tenerife pierde el derbi tras renunciar a todo lo bueno que tiene el fútbol: la pelota, la diversión, el juego

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Shashoua y Dauda, cabizbajos, tras la derrota del CD Tenerife en el derbi. / LaLiga
Shashoua y Dauda, cabizbajos, tras la derrota del CD Tenerife en el derbi. / LaLiga

¿Qué es el fútbol? La pregunta anterior, probablemente, no tiene una respuesta que lleve a una verdad absoluta. Para unos es un juego, para otros es un deporte y para algunos es un negocio. Si usted sale ahora a la calle y plantea la cuestión entre todos los transeúntes que se encuentre de paseo dominical, seguro que obtiene alguna réplica muy particular que se sale de los conceptos habituales utilizados para definir el balompié. Incluso corre el peligro de dar con algún desaprensivo que le diga que es un aburrimiento –en ese caso, tire de Lucas 23, 34: "padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"–.

Anoche, en pleno derbi canario, esa pregunta –¿qué es el fútbol?, una de las grandes cuestiones por resolver en el universo–, me volvió a asaltar. No fue porque me diera un ataque metafísico durante el partido. Ni era la hora adecuada para ponerse profundo ni yo ni mis acompañantes estábamos en condiciones de hacer frente a una revelación casi divina después de un sábado festivo-futbolero. Fue un acto mucho más sencillo: ver en acción a la Unión Deportiva Las Palmas y el Club Deportivo Tenerife, con planes distintos sobre el césped en busca del mismo objetivo –una victoria para dar alegría al pueblo–, me llevó a ese insondable punto de partida.

Cabemos todos

No estoy aquí para dar una respuesta definitiva a la pregunta que nos acompaña desde la primera línea del texto. Tampoco escribo para pontificar con loas un estilo y condenar todo lo que se salga de esa idea. El fútbol es tan genial porque es impredecible –tanto como para ver en Mundial como Japón derrota a Alemania– y porque cabe todo dios: el futbolista técnico, el jugador trotón y tuercebotas, el espectador que lo interpreta como una batalla de ideas, el aficionado visceral, el periodista tocapelotas, el analista de datos que no deja nada al azar, el entrenador rácano, el técnico disfrutón y hasta el que sólo pasaba por allí con ganas de jarana

Entiendo que cada uno se ha acercado al fútbol en busca de algo gratificante y, a partir de ahí, ha desarrollado su pasión o incluso su profesión. En mi caso, di el primer paso en busca de la pelota por diversión: jugar horas y horas con los amigos del barrio mientras soñábamos con emular a Maradona en el Estadio Azteca en México 86. El entusiasmo por el balompié, por fortuna, años después se convirtió en algo parecido a un trabajo: periodista pegado al día a día de la UD Las Palmas. Ahí, cerca de los profesionales del tema, entendí que esto seguía siendo un juego que pertenecía a los futbolistas. Y justo ahí quería llegar. Me explico.

Fútbol de autor

Todos los que formamos parte de una liturgia como un derbi canario de fútbol nos consideramos actores protagonistas –e incluso con carácter trascendental–-. Hay periodistas que se pasan la semana calentando el ambiente porque consideran, de manera ridícula, que sin ese salseo un partido así pierde interés. Hay aficionados que creen que, cábalas en mano, sin su presencia su equipo competirá con menos energía y se ven como piezas imprescindibles. Hay dirigentes que hasta estan convencidos de que la fiesta la pagan ellos. Y hay entrenadores que piensan que el juego es suyo, que todo empieza y finaliza en su pizarra. 

Esa corriente que señala a los técnicos como guardianes de todas las esencias del fútbol está, por desgracia –creo yo–, demasiado extendido. Ahora hablamos del Manchester City de Guardiola, del Liverpool de Klopp, del Tottenham de Conte, del Barça de Xavi, del Betis de Pellegrino, del Valencia de Gattuso y del Tenerife de Ramis. El juego se ha convertido en una obra de autor. Y para este derbi canario, sospecho, en Tenerife se dio más importancia a la hormigonera de Ramis que al talento de sus futbolistas.

De los futbolistas

A estas alturas del texto, confieso que soy de los que piensa que el fútbol es un juego en el que suele ganar el equipo que tiene mejores futbolistas y que pretende divertirse con la pelota como mejor aliado –ya sea asociándose a base de toques rápidos y precisos o con extremos lanzados a tumba abierta en contragolpes verticales; me valen ambas y otras cuantas más–. Obviamente, tal afirmación es demasiado simple para hacer una fotografía exacta de un deporte tan complejo en el que, a veces, dos más dos no suman cuatro. Pero en el derbi de este sábado en el Estadio de Gran Canaria –creo– se cumplió ese concepto: ganó la UD Las Palmas porque sumó en su once jugadores con más talento a través de una idea más lúdica del juego.

Loiodice, Mfulu, Pejiño, Jonathan Viera, Sergi Cardona o Moleiro se lo pasaron pipa y la UD Las Palmas fue muy superior a un CD Tenerife atrapado en labores tan funcionariales como resistir a una jornada laboral de ocho a dos. Puede que esté equivocado y el fútbol sea otra cosa. Pero cuando me siento a ver un partido del Manchester City, aspiro a ver alguna diablura entre De Bruyne y Haaland; cuando saco tiempo libre para disfrutar del Liverpool, quiero que Salah deje alguna genialidad; cuando enciendo la tele y me topo con un partido del Barça, busco a Pedri; y cuando la Champions se calienta y el Real Madrid empieza a carburar, me siento a disfrutar con Modric y Kroos. Lo que hagan Guardiola, Klopp, Xavi o Ancelotti me parece más terrenal.

¿Un buen plan?

Igual es una lectura simple de algo tan complejo como el fútbol, pero los mejores equipos del CD Tenerife que recuerdo son el que se juntaban futbolistas dotados técnicamente y con intención de ser protagonistas –Chemo del Solar, Redondo, Quique Estebaranz, Felipe, Pizzi, Robaina, Juanele, Hugo Morales, Alfaro o Nino–. Todos con la idea de dar forma a un equipo que quería imponer su estilo de juego, con calidad, tener la pelota y que salía sin complejos frente a cualquier rival. Sí, sé que las comparaciones son odiosas. Y no es mi intención enfrentar épocas y plantillas. Pero ver a Teto condenado a frenar a Marc Cardona en la banda o Javi Alonso convertido en la sombra de Jonathan Viera no parece un buen plan. Ni para ganar, ni para pasarlo bien en el campo ni para hacer disfrutar a los tuyos.